“No puedo ganarle; no puedo ganarle”… El cine made in Hollywood pocas veces deja en silencio, sin remate, confesiones como la de Lee Chandler a su sobrino Patrick porque, en general, el exitismo característico de la idiosincrasia estadounidense impone una respuesta alentadora con intención edificante. La transgresión a esta regla narrativa es una de las razones por las que vale recomendar Manchester frente al mar, película que se estrenará en Buenos Aires el 23 de febrero, tres días antes de competir por seis premios Oscar.
Kenneth Lonergan escribió y dirigió este film sobrio, a contramano de una sociedad entusiasta con el concepto -a veces devenido en mandato- de resiliencia. Por lo visto, el también guionista de la comedia Analízame tiene sus dudas sobre la pretendida capacidad del ser humano para superar todo tipo de tragedia. Dieciocho años atrás las expresó con sentido del humor; ahora a través del drama.
El realizador neoyorkino merece competir por el Oscar al mejor guión original y por aquél a la mejor dirección, así como Casey Affleck merece la nominación al Oscar a mejor actor. Entre ambos, retratan al mencionado Chandler sin golpear bajo ni apelar a subrayados moralizantes.
A Affleck lo escoltan los también nominados Lucas Hedges y Michelle Williams en los roles respectivos de sobrino y (ex) esposa del protagonista. Además de sus personajes, los tres encarnan distintas formas de convivir con el dolor que provoca la muerte de uno o varios seres queridos.
La sensación de estar mirando una película americana atípica aumenta ante las secuencias que recrean la rutina laboral y familiar del protagonista, plomero y electricista al servicio de cuatro consorcios en Boston (decididamente éste no es el Estados Unidos que Hollywood suele promocionar). También ante una banda de sonido generosa en fragmentos de piezas compuestas por Frideric Handel.
A diferencia de otras aspirantes al Oscar, en especial la indigesta Jackie de Pablo Larraín y el esforzado debut de Denzel Washington como director, Manchester frente al mar carece de parlamentos verborrágicos y sentenciosos. La combinación justa entre palabra precisa y silencio elocuente constituye otra gran virtud de este largometraje libre de aforismos.