Bello cuento moral que a la vez es lección de cine
Pocos datos son necesarios. En 1992-3, alentada por Rusia, la provincia de Abjasia lanzó una guerra para separarse de Georgia (un país poco más grande que Jujuy). Cerca de 10.000 personas murieron en dicha guerra, casi todas por "limpieza étnica". Por suerte nada de eso vemos en esta película, ni es necesario que lo veamos. La acción sucede en las afueras de una aldea de inmigrantes estonios, casi todos los cuales ya se escaparon.
Sólo quedan un viejo carpintero y su amigo y vecino, únicos brazos para la inmediata cosecha de mandarinas, que arriesga perderse. Por ahí anda también, cada tanto, el médico rural. De pronto, a pocos metros, sucede una escaramuza. Unos militares mueren, dos quedan heridos. El viejo los lleva a su casa, sin importarle a qué bando pertenecen. Cumple así una antigua ley de hospitalidad, que está en la tradición de musulmanes y católicos ortodoxos pero casi nadie cumple, y menos en tiempos de guerra. El detalle es que uno de los heridos defiende la integridad de su nación, y el otro es un mercenario pagado por los separatistas. Se odian, lo cual es comprensible. Pero deberán vivir bajo el mismo techo, custodiados por el viejo hasta que se curen y puedan salir a matarse.
Tal es el planteo de esta película, de factura pequeña pero precisa, muy buena en todo sentido: personajes, actores, situaciones, escenas de humor y de tiros, vueltas de tuerca, moraleja final, tranquila, simple y emotiva. Más que un alegato contra la guerra, como suele decirse, es un elogio del sentido común, de las buenas costumbres, la vida digna y apacible, el respeto mutuo y la comprensión del otro. Un cuento moral, contado con toda sencillez y mucha hondura. Y también, para quienes se interesen, es una lección de cine, porque se maneja con unos pocos medios, pero muy bien usados.
Tal vez alguno se acuerde: "Mandarinas" era la candidata pobre a los Oscar del año pasado, la quinta detrás de "Ida", "Relatos salvajes", "Leviatan" y "Timbuktú. Tan pobre, que su producción apenas había costado 650.000 euros. Se asombraban en Hollywood. "Es que en Georgia todavía hay cosas baratas, y algunas me las regalaron o me hicieron descuento", explicaba el autor, sin darse muchos aires. El autor es Zaza Urushadze, el hijo del arquero Ramaz Urushadze. Y ésta es la primera coproducción estonio-georgiana que asoma por estos lares. Ojalá haya otras.
(Para distenderse, hay otra historia de conflicto similar, pero no muy seria que digamos: la comedia rusa "Kukushka", donde una linda jovencita lapona se lleva para cuidados intensivos en su choza a un soldado finlandés y otro soviético, mientras afuera ruge la guerra contra los alemanes).