Un grupo de chicos que conducen sus propios shows en internet se plantean el desafío de pasar una noche en un edificio que tiene fama de maldito. ¿Cuántas veces se filmó este mismo argumento en los últimos años? ¿Cuántas veces con la misma técnica de cámara de mano y sin banda sonora?
El nuevo avatar de ese argumento se titula Manicomio y viene de Alemania. El anterior se titulaba Gojiam, hospital maldito y venía de Corea del Sur. La misma idea y casi la misma resolución, salvo por una vuelta de tuerca final de la que la película coreana se privaba y que no mejora a la película alemana.
Es notable la falta de ocurrencias que exhibe el director Michael David Pate, quien se limita a copiar los tópicos del género sin agregarles casi nada. (El “casi” se justifica porque, en medio de la larga apatía visual, hay una escena memorable de un chico y una chica que corren por la oscuridad iluminándose el camino con la luz de una bengala).
Con un sentido del humor bastante torpe y abundantes explicaciones puestas en boca de los personajes, Manicomio es el típico producto que subestima a su público. En ningún momento consigue generar la más mínima empatía con sus personajes, ya que no les interesa como individuos sino que los presenta como exponentes de la generación millenial.
La ambientación tampoco exhibe rasgos de ingenio: paredes derruidas, humedades, ventanas rotas con cortinas desgarradas, pasillos largos y oscuros, escaleras. El mundo convencional de un cuento gótico posindustrial.
Y, en esa atmósfera calcada de decenas de películas, las menciones a Hitler y al nazismo, que podrían infundirle algún rasgo distintivo, algún sustrato de horror histórico, no hacen más que virar hacia el mal gusto un producto que no logra aprobar ni una sola asignatura del cine popular.