Más genérica que de género
El éxito desmesurado de las baratas producciones de falso found footage -todas hijas de Holocausto Canibal (1980), del tano Deodato-, tal como la buena The Blair Witch Project (1999) y la no tan buena Paranormal Activity (2009), impulsó huestes ambiciosas de guita fácil y propuestas quemadas. Así como los norteamericanos supieron reapropiarse del concepto redituable del exploitation europeo, el horror alemán retoma con El Manicomio (Heilstätten, 2018) las clases de economía -por desgracia no tanto el cine y la aventura- de los italianos del cine mondo más podrido y del terror estadounidense de espectros y cámara en mano de las últimas dos décadas.
Heilstätten explota los mitos y la decadencia de los viejos hospitales para tuberculosos de Beelitz, un complejo abandonado de 60 edificios en Brandeburgo que sirvió como sanatorio durante la Primera y la Segunda Guerra Mundial (cuenta la leyenda que un joven Adolf Hitler fue atendido ahí en 1916, y por supuesto la película explota la anécdota junto con otras mínimas referencias al tremendo pasado alemán). Sin embargo, los propietarios del viejo nosocomio se negaron a que la película se filme en las locaciones reales, a pesar de que habían permitido en años anteriores que varias ficciones utilizaran al complejo como telón de fondo, tal fue el caso de The Pianist (2002) de Polanski o A Cure for Wellness (2016) de Gore Verbinski.
En esta ocasión la utilización del falso found y del grupo protagónico de jóvenes viene ligada a un fenómeno relativamente reciente, el de los youtubers. Los pibes quieren ser virales y se meten a investigar los pasillos del viejo hospital durante 24 horas. Lo que sigue son jump scares de manual, un poco de sangre en las paredes, horror espectral y de casa embrujada, y un final que desvía al relato del camino fantástico para llevarlo hacia la porno tortura. El director Michael David Pate (sin la H de los hermanos franceses ni la onda del foie gras), más allá del concepto central localista, hace una película tan alemana como yanqui o argentina; y su falta de identidad no es problemática por apátrida sino porque implica una falta de gracia.