“Hasta el día de hoy, hay registros de homicidios y actividad paranormal dentro del edificio”. Las leyendas que ilustran el inicio de El manicomio permiten suponer que lo que vendrá a continuación será una historia plagada de sustos de rigor y eventos inexplicables desde la lógica. Es también una señal de alerta, en tanto en los últimos años deben haberse estrenado no menos de diez películas con una premisa similar que apelaban a los mismos mecanismos de siempre. Hora y media después, todas las (peores) sospechas quedan confirmadas.
El manicomio es otro exponente de la larga cadena de títulos de terror fácilmente olvidables, que no sólo carecen de originalidad sino que tampoco funcionan como replicación de fórmulas probadas mil veces antes. La historia es la de siempre: un grupo de jóvenes –influencers, como para adaptar la cuestión a los parámetros actuales– decide meterse en el viejo edificio que alguna vez fue un centro de experimentación médica del nazismo para comprobar cuánto hay de mito y cuánto de realidad en todas las maldiciones que se le atribuyen.
De allí en adelante, el film de Michael David Pate apelará al recurso de usar el material filmado por los protagonistas, algo que hace 20 años dejó de ser novedoso. Lo mismo que los sustos a fuerza de golpes de sonido. Así, los integrantes del grupo –todos ellos salidos del molde más genérico posible, sin un rasgo que los particularice– irán cayendo lentamente ante algo que en principio no se sabe bien qué es. La vuelta de tuerca, predecible y carente de cualquier sorpresa, quiere funcionar como “crítica” a la locura de las redes sociales. Algo que desde ya tampoco logra.