Es difícil no sentir melancolía luego de ver El manicomio. ¿Recuerdan cuando, poco tiempo atrás, un grupo de jóvenes viajaba con el alma despreocupada por la ruta? Y si sentís sed es porque te acordás del sol que encendía el asfalto, climatizaba la atmósfera y ponía a hervir las hormonas de los personajes. En algún momento, inesperado por ellos y esperado por nosotros, una rueda pinchaba o el motor anunciaba con respiración asmática la falta de combustible. Ante este percance, los cuerpos perfectos bajaban del auto y caminaban –vestidos de gala con sus remeras y pantalones ajustados al cuerpo, el aroma amenazante del sexo y el terror– en un desfile de estereotipos tallados por la falta de ingenio y empanados y fritos por el desierto redneck. Estas películas al menos generaban el deseo prehistórico por la sangre y el fuego; también jugaban, tal vez sin proponérselo a sí mismo, con la expectativa por encontrar una sorpresa valiosa escondida en el derrumbe de clichés.
Vimos muchos films así, apenas competentes; pero en estos al menos la cámara estaba ubicada con criterio. En El manicomio el movimiento hiperactivo general apenas nos hace sentir dentro de la historia; es una Alemania fría, distante y anémica como todos se pueden imaginar, imposible de sujetar, imposible de vivir. El director Michael David Pate falla en su intento por llevarnos a otro lugar, por calibrar nuestro oído al miedo gritado en otro idioma, por creer que el terror no tiene que importar la materia prima de otros sistemas cinematográficos.
Como en la reciente Gonjiam: Hospital maldito, un grupo de youtubers deciden pasar una noche en un edificio abandonado solo para aumentar la cantidad de seguidores en sus redes sociales. Ahí están ellos: los dos jóvenes que suben a su canal de YouTube todo tipo de bromas (lamento no graficar el momento con un ejemplo local), una chica que insiste en la importancia del interior de las personas desde su mundo de porcelana y otra, más delicada y por donde pasará una porción de las decisiones narrativas del film, dedicada a ayudar a la gente que la sigue a enfrentar sus miedos.
Si se lee con atención y paciencia el párrafo anterior parecería que estos personajes son atractivos y hasta algo complejos. Y lo serían si no fuese que en este found footage demasiado apresurado apenas se distinguen unos de otros. Como los fantasmas que deambulan en los hospitales abandonados del mundos, estos youtubers no se mueven por la gracia de la independencia y el desparpajo que los caracteriza, llevan sus cuerpos cargados de ectoplasma de un pasillo a otro.
Actualizada únicamente por la excusa que lleva a los protagonistas a meterse en problemas, en El manicomio los cuerpos no son más que eso, cuerpos invernales cubiertos de ropa pero huecos de seducción. Es algo más que una cuestión de piel.