El terror expeditivo
Las películas de terror del subgénero de material encontrado siempre son efectivas. La combinación de recursos posibles sumada a la construcción de un realismo de cinema-verité produce un efecto casi fisiológico en el cuerpo del espectador, a quien no se le da la posibilidad de “huir” de la potente batería de sustos y shocks que la película ofrece. Esta fórmula, que desde El proyecto Blair Witch (1999) parece ser explosiva, y que fue potenciada con la saga de Actividad Paranormal (2009), cuenta con un diseño que no falla la hora de producir terror expeditivo. Así también podemos pensar su valor industrial, ya que se trata de pequeñas máquinas (que tienden a ser cada vez más pequeñas) de éxito comercial. A medida que pasan los años se encuentran nuevas maneras hacer más sintética y eficiente a la máquina, y con nuevas estrategias para llevar a los espectadores al cine.
La madre de todas ellas, la ya clásica Cannibal Holocaust (1980) de Ruggero Deodato, trabajaba con fílmico. Luego se pasó al video, a las cámaras portátiles y a las de seguridad. En lugar de tomar algún aspecto narrativo y desarrollarlo, lo que se optó por trabajar fue la evolución y cambios tecnológicos que acompañan al desarrollo del realismo. En pocos casos se volvió a optar por lo dramático, como si lo importante de la obra maestra de Deodato fuera solo su sensación de realidad y no la estrategia dramática de su puesta en escena, que tenía un lugar fundamental en la perspectiva y el punto de vista de dicho film. Con la llegada de las cámaras Go-Pro y los celulares las posibilidades técnicas se multiplicaron, así también aumentó proporcionalmente la eficiencia de la máquina, que cuenta ahora con un nuevo abanico de formas de generar los sustos en serie.
La alemana El manicomio tiene una premisa muy similar a un film coreano estrenado el año pasado, Gonjiam Haunted Asylum (2018), también situada en un hospital abandonado. Y además cuenta con similitudes en su universo, el de un grupo de youtubers jóvenes que buscan aumentar las visualizaciones de sus canales. El recambio generacional es claro, el intento de problematizarlo también. Lo ausente es el relato y la construcción de sentido. Ambas películas llevan al extremo la multiplicidad de técnicas. En el film coreano los protagonistas transmiten en vivo por streaming, y cada personaje carga no una sino dos cámaras Go-Pro en un casco. En el alemán cuentan hasta con una cámara que detecta la temperatura.
Se tengan los juguetes que se tengan, en una película como El manicomio, lo que falta es la voluntad de narrar. Si bien esboza algunos vínculos entre personajes, todos ellos están subordinados a una vuelta de tuerca que los incorpora pero sólo para alimentar su propia mecánica. Hay un cruce difuso entre la funcionalidad y las estrategias técnicas. Las líneas de diálogo que los personajes no grabarían pero que necesitan ser dichas (porque son funcionales a la trama) aparecen registradas en situaciones que buscan y rebuscan una manera de aparecer en la película, como cuando los personajes olvidan misteriosamente que la cámara seguía encendida. Lo narrativo es arrebatado de lo verosímil, mientras que lo efectivo del susto es arrebatado de lo narrativo.
La máquina del terror efectivo se alimenta de otras películas y de toda la historia del realismo en el cine, pero además fagocita otros géneros, y al traerlos los degrada. Gracias a su giro sorpresivo, El manicomio se cruza con el infame subgénero de la porno-tortura, donde ya se dialoga más con la saga aleccionadora de Saw (2004) que con los problemas ligados a la mirada que proponía Cannibal Holocaust. Y si bien existía la posibilidad de incorporar al Mal como concepto y a la historia del hospital (se trata de un lugar en el que se llevaron a cabo experimentos durante el nazismo), tal vez debamos agradecer que la película no se atreva a tocar nada de todo esto, algo que podríamos anticipar que haría de forma paupérrima. En lugar de eso se opta por la alegoría con mensaje.
Que una película de terror sea efectiva en estos términos no debería obligarnos a pensar que es una película lograda. En todo caso, lo que logra es expandir una idea equivocada acerca de lo efectivo, donde no tiene lugar el fuera de campo ni las implicancias de lo que sucede. El terror sin implicancias es como el melodrama sin tragedia: tan solo una superficie sin sustancia.