Ascenso, apogeo y caída de El Cholo.
La película del director venezolano narra la historia del panameño Roberto Durán, uno de los boxeadores latinoamericanos más importantes de la historia, sino el más grande de ellos, en el contexto de un país signado por sus violentas relaciones con los Estados Unidos.
El boxeo es, por mucho, el deporte cinematográfico por excelencia. Varios elementos se combinan para que esto ocurra. Por un lado lo referente a su forma: su plasticidad física, el espacio reducido en el que el drama se desarrolla, facilitando que la cámara pueda meterse literalmente en el plano de la acción, y su expresión legitimada de la violencia. Por el otro, lo que tiene que ver con el potente arco imaginario que este deporte es capaz de abarcar. Usina de historias que permiten reunir en la misma línea dramática a los bajos fondos con el lujo y las tentaciones mundanales, al deseo con el castigo y al honor con la traición, el boxeo es el deporte en que la tragedia y la gloria humanas pueden apreciarse con mayor contraste. De todo eso y de la propia realidad se nutre Manos de Piedra, del venezolano Jonathan Jakubowicz, que narra la historia del panameño Roberto Durán, uno de los boxeadores latinoamericanos más importantes de la historia, sino el más grande de ellos.
La historia de Durán es especialmente cinematográfica. Ya sea por el perfil del personaje, tan singular, seductor y arrogante como noble y torturado, o por el lugar que ocupa en el deporte y la cultura de su país, Durán –El Cholo, como lo llaman sus íntimos, o Mano de Piedra como se lo conoce en todo el mundo por su fabulosa carrera boxística– vivió como para que su vida fuera una película. Jakubowicz se encarga de poner en escena la mayor cantidad de detalles posibles para explicar el fenómeno. Y lo hace con buena mano, sin esquivarle el bulto a la historia política de Panamá y al complejo y violento vínculo que ese país tuvo con los Estados Unidos a partir de la explotación y administración del estratégico Canal. La película logra salir airosa del desafío de poner en paralelo la carrera boxística de Durán y la violencia a la que su país fue sometido durante los años 60, 70 y 80 (y que siguió en los 90, ya fuera del marco temporal que el film propone) por parte de la política militar estadounidense.
Desde lo estrictamente sinóptico, Manos de Piedra hace eje en tres puntos de la vida de Durán: su vínculo con su entrenador Ray Arcel, uno de los más respetados en la historia del box; la relación con Felicidad, su mujer de toda la vida; y el duelo deportivo que mantuvo con Ray Sugar Leonard, otra leyenda del cuadrilátero. El trabajo de Robert De Niro como Arcel marca uno de los puntos más altos en la decaída carrera reciente del gran actor (además de funcionar como guiño a su recordada labor en Toro salvaje, de Martin Scorsese). Por su parte el venezolano Edgar Ramírez como Durán se encarga de confirmar sus virtudes actorales. En tanto que Jakubowicz realiza un buen retrato de las tensiones que circundan al boxeo y una representación vívida y realista de su práctica. Pero también resbala sobre algunos excesos melodramáticos y secuencias eróticas sin utilidad argumental alguna, que le aflojan los tornillos a una estructura lo bastante sólida como para tener que recurrir a ese tipo de trucos y efectismos.