Ganadora en el último Berlín, esta coproducción parece tomar cono influencias estéticas el cine del mexicano Carlos Reygadas y cierto recuerdo en la manera de filmar del estilo de Lucrecia Martel. Es un relato coral, un tejido en el que, en un marco rural, se reflexiona sobre las diferentes formas de la violencia a partir de la historia de una pareja, su hija y una serie de personajes a los que la cámara visita con rigor estético. Hay otro defecto: una tendencia a declamar o denunciar no desde la palabra sino desde la imagen. Pero esa tendencia se equilibra con un intento muchas veces logrado de crear un misterio: algo, quizás sobrenatural, rodea a los personajes. Hay ingenio y hay habilidad en esta construcción, y sin dudas un gran talento para construir y encontrar las imágenes pertinentes a la fábula -o serie de fábulas- que la película presenta. Una notable ópera prima que se ve con interés constante aunque por momentos es difícil sentir empatía por sus habitantes.