NARCOS DE AUTOR
La directora Natalia López quiere contar una historia de narcos, una historia sobre la tragedia que amenaza constantemente a diversos sectores de la sociedad mexicana, a la vez que interpela a instituciones cómplices que no parecen ofrecer las respuestas adecuadas para acercar una solución al problema. Y, además, mira este drama a través de los ojos y los cuerpos de mujeres que pierden a sus hijos a manos de los narcos; que pierden incluso sus vidas en la búsqueda de respuestas y justicia. Y si Manto de gemas merodea el thriller sin posarse nunca sobre la superficie del cine género, entendiendo que ese lenguaje incluiría códigos contrarios a sus pretensiones artísticas, lo que termina ocurriendo es que la película se acerca a este fenómeno ampliamente abordado desde las ambiciones del cine de autor. Esto es: encuadres preciosistas, una fotografía presente y sustracción de información a favor de una serie de signos y símbolos que el espectador debe decodificar necesariamente para ingresar en la apuesta.
Hay una pareja que se divorcia. Hay jóvenes que desaparecen y otros que son buscados por los narcos para trabajar para ellos. Hay una mujer de clase baja que busca a alguien. Hay una agente de policía que no puede contener a su hijo. Hay y hay y hay. En Manto de gemas se suceden personajes y subtramas, pero sin una organicidad que le permita al espectador unir los eventos que ocurren ante sus ojos: es de esas películas que se comprenden mejor cuando se lee la sinopsis y nos ordena los vínculos entre los personajes que cuando se la está viendo. Entiendo la necesidad de López por correrse de los lugares comunes que agotan la temática y, además, construyen estereotipos nocivos para la cultura latinoamericana, pero una película que no dice nada y apuesta por el jeroglífico tampoco es la respuesta. Mucho menos, si como en Manto de gemas al final de cuentas no se evitan algunas instancias sórdidas que busquen cierto impacto, como si estuviéramos ante un Iñárritu atravesado por la estética del Festival de Rotterdam. López construye uno de esos relatos autoindulgentes y sumamente estilizados, una sumatoria de encuadres y movimientos de cámara planificados al extremo que dejan al espectador entre la irritación y la indolencia.
Dos horas de nada, que culminan con un plano de alguien prendiéndose fuego, más o menos como nuestra mente al intentar descifrar lo que estamos viendo. Pero claro que el equivocado es uno, ya que esta película recibió el Premio del Jurado en el Festival de Berlín. Es que siempre hay europeos dispuestos a poner plata para encuadrar lindo las miserias latinoamericanas y otros europeos dispuestos a premiarlo.