Aunque en ocasiones su trabajo remita a un descarnado documental, la realizadora Natalia López Gallardo, nacida en Bolivia y residente mexicana desde hace más de dos décadas, quiso correr a la vereda opuesta. Su ópera prima nace, de hecho, desde los silencios, desde lo que permanece fuera de foco, desde una imagen de un escenario inhóspito donde están sucediendo más cosas de lo que ese terreno vasto parece decirnos.
Manto de gemas -que le valió a su directora el Premio del Jurado en la última edición del Festival de Cine de Berlín- es una película de denuncia, pero revestida por tramos de realismo mágico y secuencias impenetrables (por momentos, demasiado distantes) que desafían a observar aunque busquemos apartar la vista. Es por ello que una de sus tres protagonistas femeninas rompe la cuarta pared para clavar sus ojos en quien la contempla, con la mirada vidriosa por su incansable derrotero.
El largometraje entrecruza la vida de tres mujeres, Isabel (Nailea Norvind), su empleada doméstica María (Antonia Olivares), y la comandante de la policía local (Aída Roa), quienes pelean, en una desoladora zona rural, contra el narcotráfico y la desaparición de mujeres. La directora, quien demostró ser una montajista extraordinaria en películas como Post Tenebras Lux de su marido, Carlos Reygadas, y en Jauja, de Lisandro Alonso, aquí ratifica la contundencia en la elección de postales contaminadas por el viento, la humedad y la violencia que se esconde lindera a un árbol a punto de ser talado o en una camioneta que se mueve impávida en medio del abandono.