Adepto a los proyectos épicos, Peter Jackson incursiona esta vez como productor y coguionista en la ficción distópica con una historia ambientada en un futuro posapocalíptico en el que ciudades como Londres son transportadas por inmensas máquinas. Si la descripción suena un poco ridícula es porque la película apuesta al gigantismo y al absurdo.
No hay en este film dirigido por el debutante Christian Rivers espacio para la sutileza o la profundidad y, así, las alegorías sobre el colonialismo británico o los paralelismos con la actualidad (muros que dividen regiones) resultan tan obvios que terminan cayendo en lo burdo. De todas formas, no es ese el principal objetivo (ni el principal problema) de esta producción de Jackson sustentada en el descomunal despliegue de efectos visuales cortesía de su Weta Digital.
Este film con look retrofuturista arranca con alguna secuencia lucida (como la caza de un pequeño poblado ambulante por parte de la máquina de Londres), pero poco a poco va perdiendo creatividad y sorpresa para convertirse en un híbrido que "bebe" de diversas fuentes como Mad Max, Matrix, Terminator, El increíble castillo vagabundo o Star Wars. Hugo Weaving saca a relucir la misma impronta de siempre para interpretar a Thaddeus Valentine, un antropólogo con ínfulas de dictador, mientras que los héroes y heroínas de turno (Robert Sheehan, Hera Hilmar y la coreana Jihae) poco pueden hacer con papeles superficiales y sin matices.