Lunes de súper acción
Máquinas mortales (Mortal Engines, 2018) comete un error muy común en este tipo de producciones de gran despliegue audiovisual: deja la historia en un lejano segundo plano. Tanto que se nota, no porque no suceda nada en la película, todo lo contrario, sucede una situación tras otra pero de manera tan banal e intrascendente que termina aburriendo.
La historia está basada en los libros de subgénero steampunk de Philip Reeve, publicados en 2001, y transcurre en un futuro pos apocalíptico en el que el mundo está dominado por enormes máquinas que son ciudades en permanente movimiento. En una metáfora un poco burda, la ley del mas grande se hace evidente cuando las de mayor tamaño se comen -literalmente- a las más pequeñas. La idea del imperio conquistador no es sutil, cuando la enorme máquina de nombre “Londres” es comandada por el villano Thaddeus Valentine (Hugo Weaving) y “absorbe” a una pequeña civilización que no puede escapar en la primera secuencia del film. En ella vive Hester Shaw (Hera Hilmar), la heroína de esta historia que, junto con Tom Natsworthy (Robert Sheehan), un joven desterrado de la gran ciudad, se convierten en fugitivos primero para luego intentar hacer un mundo más justo.
El director es Christian Rivers, ganador del Oscar por efectos visuales. No es casualidad que este habitual colaborador de Peter Jackson (que acá oficia de productor y guionista), dirija el film. Se impone en la producción el espectáculo visual al describir de manera fastuosa un mundo dirigido por máquinas diseñadas por computadora. La película nunca le da importancia a lo que cuenta y uno tiene la sensación de ver solamente imágenes en movimiento. No hay carga dramática ni pasión por la narrativa, sólo un uso y abuso de cámaras aéreas que ya vimos en El Hobbit: Un viaje inesperado (The Hobbit, 2012) o El Señor de los Anillos: La Comunidad del Anillo (The Lord of the Rings: The Fellowship of the Ring, 2001).
Pero la liviandad con que se toma aquello que narra no es el mayor problema de Máquinas mortales, que bien podría haberle impreso pequeñas dosis de humor al relato de aventuras al estilo sábados de súper acción. Aunque no, porque todo sucede demasiado en serio, llevando por lugares comunes de la épica mezclados con melodrama juvenil con trasfondo trágico. Este punto debilita el interés minuto a minuto en una película de dos horas de duración. Para colmo de males la dupla protagónica carece de carisma, siendo el único que se salva Hugo Weaving, quizás, el mejor villano que haya dado el cine de Hollywood en los últimos veinte años.
Algunos la han comparado con Mad Max: Furia en el camino (Mad Max: Fury Road, 2015) o con El increíble castillo vagabundo (Hauru no ugoku shiro, 2004) pero, si bien hay intenciones de hacer una ensalada con todos los conocimientos visuales previos que el espectador pueda tener, Máquinas mortales no tiene ni la oscuridad de la primera ni el encanto de la segunda, ni tampoco la gracia de una aventura pasatista como puede ser Han Solo: Una Historia de Star Wars (Solo: A Star Wars Story, 2018). Y menos, capacidad para levantar vuelo propio.