Casas rodantes
Basada en la novela homónima de Phillip Reeve escrita en 2001 (que forma parte de una serie de cuatro, conocida con el mismo título o Hungry City Chronicles), Máquinas mortalestiene todo desde su premisa para ser una propuesta que lo rompa todo. Hablamos de un futuro post apocalíptico, con estética cercana al steam punk, guerra de bandos enfrentados, y la peculiar idea de ciudades enteras montadas sobre ruedas, o flotantes.
La creación de Reeve es de esos textos que desde su aparición parecía tener destino cinematográfico, cada descripción era para imaginársela plasmada en la pantalla. Para esa misión aparecieron Peter Jackson, Philippa Boyens, y Fran Walsh; un trío al que se le debe grandes cuotas de tanques en lo que va del Siglo XXI.
A falta de poder continuar con el mundo de los hobbits, elfos y demás criaturas de Tolkien, el camino parece ser emprender una nueva serie de libros.
¿En qué se diferencian aquellas películas de El señor de los anillos/El Hobbit a esta Máquinas mortales? La diferencia es tan simple como sustancial. Ambos mundos se ven fastuosos y se nota una gran carga de producción en cada una de las películas. Todo se ve majestuoso, gigante. Pero en las dos trilogías anteriores se encontraba detrás de cámara el propio Peter Jackson, y en este caso (por más que desde las publicidades se intente vendarla como un film del director de Braindead), esa tarea recae en el operaprimista Christian Rivers, proveniente del mundo de los efectos especiales y el departamento de arte.
Tierras movedizas
Todo sucede miles de años en el futuro. Ha ocurrido un cataclismo; lo que quedó en pie y se refundó son pedazos de tierra, ciudades o pueblos, que se movilizan por tierra y/o aire en un trayecto permanente.
Cada pedazo de tierra es una máquina en sí, con patas mecánicas o alas de tela, con armamentos, y en una guerra permanente. Las ciudades más grandes atacan a las más pequeñas o a los pueblos. Esta es la labor de la gigantesca y terrible Londres: convertida (o persistiendo) en una gran conquistadora/arrasadora.
Al mando de esta Londres encontramos a Thaddeus Valentine (Hugo Weaving, que se luce aún en propuestas como esta), un conquistador despiadado que no mide límites con tal de quedarse con territorios y recursos en este planeta en el que todo, menos la megalomanía industrial símil Revolución Industrial, escasea.
Una rebelde, Hester Shaw (Hera Hilmar), quien cubre su rostro con un pañuelo rojo de bandido para esconder una profunda cicatriz, lucha contra los planes de Thaddeus que incluyen la creación de un arma gigante (todo acá es gigante) que dispara rayos capaces de destruir pueblos enteros sin más.
A la lucha de Hester, en un primer momento se le unirá el héroe casual Tom Natsworthy (Robert Sheehan), también proveniente de Londres; y más tarde se le seguirán sumando miembros, como la mercenaria Anna Fang (Jihae), entre muchos otros.
El castillo vagabundo
Más allá de plantear una obvia metáfora sobre los grandes países comiéndose a las poblaciones más castigadas mediante la industrialización para apropiarse de sus recursos; lo que prima enMáquinas mortales son las intrigas palaciegas y los conflictos entre los personajes.
Hester tiene un pasado que la marca aún más que la propia cicatriz y que la relaciona con Thaddeus. Es un eslabón fundamental de liderazgo. Se cuecen cuestiones gubernamentales, de mandos, y también de linaje y vínculos sanguíneos. En determinado momento, sobre todo en su segunda mitad, Máquinas mortales parece ir camino a querer emular a Star Wars; pero nuevamente, lo hace desde la cáscara.
Las más de dos horas de duración se sienten, y si bien el bombardeo es constante, la historia no avanza y puede resultar de a ratos algo aburrida.
El guion escrito por Jackson, Walsh y Boyens deja todo servido a la acción, simplificando lo más posible una historia que parte de una premisa que parecía dar para mucho más. Lo que pudo ser una dura crítica se queda en un amago tapado por un empalago visual tan dulce que termina por perder efecto (mucho de lo que se asemeja ya a un dibujo animado).
Abunda el barullo, crece la confusión, y comienza a aparecer la falta de interés. Pese a todo, se sigue notando que algo potable hay detrás.
Hace rato que Peter Jackson dejó de ser el de Mal gusto o el de Criaturas celestiales; su gusto se inclina cada vez más por el gigantismo. Por lo menos, cuando se coloca en la dirección sigue poniendo mano firme para destacar lo narrativo. Esperemos no termine convirtiéndose en un digno colega de Michael Bay.