La gran comilona chatarrera.
La cosa va así: futuro apocalíptico con escasos recursos y la nada novedosa idea de ciudades que se desplazan por mecanismos pero que además se engullen entre sí para el carnaval de glotonería que propone esta película donde el nombre de Peter Jackson ya no es garantía de nada. Y no sólo por su notoria caída creativa tras la bonanza de años de oro cuando sus películas tenían calidad, sino por ese marcado interés por el espectáculo del gigantismo que ya aparecía luego de la trilogía de El señor de los anillos.
Claro que el origen de este disparate viene de una franquicia para adolescentes como Crepúsculo o propuestas literarias de ese calibre, aspecto que presupone segundas películas claro está aunque teniendo en cuenta la mediocridad de este producto seguramente quede en el olvido.
Lo triste es que aquí parece no haber un único culpable porque el director elegido por el creador de Bad taste (1987), Christian Rivers, es de su absoluta confianza y avezado en lo que a storyboards se refiere.
Los personajes unidimensionales en la típica dialéctica de aventura gráfica de video juego destacan un villano de turno encarnado por Hugo Weaving, líder déspota de la Londres engullidora que quiere someter a cuanta ciudad se le interponga, con un arma de destrucción masiva. Su antagonista, una chica enmascarada y vengativa, Hester Shaw (Hera Hilmar), que se une a los rebeldes de siempre, también liderados por otra mujer (Jihae Kim).
Ningún personaje secundario vale la pena y más allá del derrumbe de las ciudades, las explosiones y toda esa chatarra glotona ocupando la pantalla, queda por decir muy pero muy poco. Hip!