Es una rareza esta comedia llamada Mar del Plata -así, un poco olímpicamente- en el contexto del cine argentino. Una rareza porque tiene muchas más ideas de situaciones, de detalles, de peripecias para los personajes que el promedio de un cine lánguido por demás. Mar del Plata cree -afortunadamente- en contar y contar: dos amigos (o algo por el estilo, pero de larga data) con sus problemas previos a cuestas emprenden un viaje a la ciudad de la costa. No se llevan bien, tienen problemas de pareja y algunas cuentas pendientes no exentas de absurdidad. Y nos vamos enterando de sus pasados por flashbacks que provienen de la narración de uno de ellos, Joaquín, que nos habla a nosotros, espectadores, en un aparte. Esos flashbacks se presentan enmarcados a veces por un recorte en la imagen y siempre por la brevedad y la contundencia, por la acción bien concentrada.
La brevedad y la contundencia (a veces se pasa a lo abrupto, lo arbitrario) recorren la mayoría de las situaciones de la película. Mar del Plata no estira nada, sale rápido, como el plato de brótola que piden en el restaurante. Hay ex parejas que vuelven, que no vuelven, chicas nuevas (jóvenes y otras que invitan una leche chocolatada), situaciones diversas y abundantes (también, como el plato de brótola) con diferentes grados de verosimilitud que se integran con gracia casi permanente, incluso con sentido del timing (en un golpe, en una respuesta malhumorada entre los amigos o lo que sean). Treintañeros, chicas lindas, un escritor pedante, mar, gente de viaje. Mar del Plata va rápido, apuesta por un tono extrañado de comedia indie estadounidense y no le sale mal (tampoco le salía mal a Incómodos de Esteban Menis, película con varios puntos de contacto, pero con personajes más freak ).
¿Qué le impide a Mar del Plata cumplir con todo el potencial que exhibe gracias a su generosidad narrativa? Sus desajustes, también extraños en un cine argentino que en general ha solucionado estas cosas: los actores demuestran en muchos momentos buen sentido del timing y de la interacción (los dos protagonistas y especialmente la chica marplatense), pero en otros (demasiados, incluso para una película que se adivina de bajo presupuesto) se les nota cierta herrumbre, se los ve un tanto rígidos, como si algunas escenas fueran ensayos a los que les falta fluidez. Ese desajuste, sobre todo en una comedia que plantea tantas interrelaciones, es notorio y molesto. El otro problema de Mar del Plata es su exceso de música, como si no confiara del todo en su claridad expositiva y su propias (y bienvenidas) potencia, velocidad y variedad narrativas.