Viaje hacia uno mismo
Parecieran dos polos irreconciliables los que han atraído el cine a Mar del Plata. Las comedias de Porcel y Olmedo, las de los Bañeros, que sostienen ese lugar común cultural de ciudad playera, de verano con sombrilla y reposera, epicentro de cierto sexismo desbordado a pura tanga y chica voluptuosa. Lugar común alimentado, también, por tanta marquesina teatral de verano, por tanto culo a escala natural. En el otro polo tenemos los Nadar solo, los dramas de joven-hombres tristes que vienen hasta estas playas a reencontrarse tal vez con ellos mismos, en lo posible playas de invierno y otoño. Sea como sea, en ambos casos hay un paralelismo: la idea de que Mar del Plata (Mar del Plata como resumen y símbolo del descanso del porteño) es ese lugar al que ir, dejar de ser uno un rato, y reinventarse. Y lo que se hizo en Mar del Plata, quedó en Mar del Plata. Hay que decir -también- que la ciudad no es un escenario muy común del cine argentino: de ahí que cada vez que se estrene una película filmada aquí (sí, pequemos de localismo), se genere esta expectativa. Como si la ciudad no pudiera ser retratada de otra forma o el objetivo fuera, antes que contar una historia, tener la inteligencia para retratar la playa desde otro lugar. O como si Mar del Plata no fuera más que playa. A este desafío se enfrenta Mar del Plata -la película-, dirigida por Sebastián Dietsch y Ionathan Klajman, y sale bastante airosa.
Seguramente que por ser uno marplatense se fija más en estas cosas: uno no piensa en Buenos Aires cuando ve, no sé, Un novio para mi mujer. Lo que hay que tratar de hacer es no dejarse llevar por la cartografía y centrarse en la obra. Aunque, sin dudas, una película que se filma en Mar del Plata, que se llama Mar del Plata y que trata de dos turistas, busca inconscientemente erigir un nuevo paradigma o repensar la forma de mostrar un lugar emblemático en el cine.
Lo mejor que tiene para decir Mar del Plata, es que la ciudad opera como escenario y lo que importa está en el cuento, en la narración. Claro que el destino elegido significa algo desde un punto de vista simbólico, pero lo es tanto como la Renault fuego que lleva a David y Joaquín a la ciudad. La “fuego”, emblema vehicular ochentoso; Mar del Plata, emblema de ciudad cinematográfica ochentosa. No de gusto los protagonistas tienen unos 30 y pico, y pasaron su infancia y parte de la adolescencia en aquella década. Es que Joaquín y David, a esta edad, en ese auto, a esa ciudad, no están haciendo más que viajar a su infancia, a su formación, a un pasaje mítico que tal vez no fue tan soñado. El replanteo está presente constantemente en el film, incluso con rompimiento de la cuarta pared y líneas arrojadas al espectador, elemento que a veces funciona y otras nos.
Lo mejor del film de Dietsch y Klajman está en el planteo, en la velocidad de su narración -es una película realmente fluida y que avanza sin problemas- y en cómo sabe poner en escena un conflicto -o varios-, incluso haciendo del escenario elegido un lugar indispensable por sus reminiscencias tanto ficcionales como reales. Además, algunas ideas que funcionan un poco fragmentariamente son acertadas, como ese juego de paleta en la playa que se convierte en un duelo de western. Por momentos, Mar del Plata no puede evitar el gesto algo canchero, pero también es cierto que de ese cinismo se extraen algunos momentos muy dignos: los personajes pueden lastimarse y nunca hay una mirada indulgente hacia esas acciones. Para contar esto, Dietsch y Klajman apelan a un buen uso de los flashbacks, a una puesta en escena con planos frontales muy en el estilo de Wes Anderson y logran insertar aspectos intelectuales vinculados con el arte, la cultura y el lenguaje, en diálogos que resultan woodyallenescos: la cena incómoda en el restaurante, brótola mediante, remite tanto a Woody por los diálogos veloces y ocurrentemente intelectuales, como a Larry David por lo incómoda.
En verdad, Mar del Plata está bastante cerca de sus posibilidades, es una película pensada y bien construida en función de sus objetivos, a la que apenas se le pueden reprochar algunas actuaciones un poco acartonadas y una inclusión de la música demasiado presente, demasiado invasiva, y que puntúa excesivamente lo que ocurre en el plano: a momento cómico hay un leit motiv pícaro, a momento triste un leit motiv ídem. Pero así como está, la película de Dietsch y Klajman es una de las que mejor uso le dio a la ciudad en la pantalla. Y eso habla muy bien, no por marplatense, sino porque eso quiere decir que hay un cine porteño que puede mirar el interior del país (¿cuál es el interior para el que está adentro de eso que llaman interior?) y convertirlo en símbolo cinematográfico.