La película es un doloroso relato sobre el duelo que un padre enfrenta tras el asesinato de su hijo. Hay fallas en el tono pero también momentos de belleza abrumadora.
Miguel Ángel Rocca, director de Arizona Sur (2007) y de La mala verdad (2011), se propuso filmar una historia difícil: el acercamiento que un padre hace sobre el universo de su hijo de 24 años luego de que éste sea asesinado.
La delicadeza del tema pone al filme constantemente en peligro, exigiendo pericia climática y prudencia simbólica. En el balance, Rocca sale airoso, conteniendo con solvencia su relato, cocinándolo en el punto emocional justo. No sólo la dosis dramática es la adecuada, ciertas escenas están hermosamente ejecutadas, compartiendo el dolor de una pérdida sin transformarlo en golpe bajo.
El don de la sutileza no siempre se obtiene; la necesidad de imprimirle ritmo a la película deriva en subtramas excesivas, como la búsqueda de venganza, o en registros actorales desencajados, como el perfil emo-lumpen de Nicolás Francella y el amaneramiento chispeante de Alejandro Paker. También hay estados melodramáticos toscos junto a una que otra voz en off contando tonterías. Cuando las escenas adquieren lentitud y la cámara se concentra en la actuación de Jorge Marrale, el filme saca a relucir su autenticidad lírica. Algunas resoluciones no convencionales, como un enfrentamiento dentro de un auto, iluminan la osadía que debió capitalizar el director.
Un detalle le da relieve a la historia: momentos antes del asesinato del hijo, el padre descubre su homosexualidad. Al desconcierto de tener un hijo gay se le superpone la desesperación de no tenerlo más. El personaje de Marrale pondrá en jaque sus nociones de virilidad, replanteándose decisiones de crianza y recriminándose su déficit de sensibilidad para reparar en lo obvio.
En cierto modo, Maracaibo es un policial del corazón, la búsqueda de un sentimiento verdadero que clausure un lazo filial truncado por la tragedia. Esta idea queda astutamente metaforizada en la contraseña de la computadora del hijo. Si el padre logra descifrarla, la redención estará un poco más cerca.
Película triste pero atendible, que aún con sus derrapes nos implora que la abracemos como si fuese cine de autor.