El asesinato de un hijo, en un asalto, provoca una profunda crisis en los padres, una pareja de profesionales acomodados que se creía feliz. Sobre todo en el padre, un conmovedor Jorge Marrale que lleva la cámara sobre sus hombros por un camino que va de la culpa a la búsqueda de alguna explicación para el dolor, cerca de la venganza. No todo funciona con la misma fluidez, sobre todo en las escenas que se sienten más forzadas por el guión y llevan al protagonista a una serie de encuentros con el victimario. No ayuda la musicalización, que tiende a hablar por otros. Pero con sus debilidades, Maracaibo es un resuelto retrato de la enorme tristeza de su protagonista.