Maracaibo

Crítica de Pablo E. Arahuete - CineFreaks

Maracaibo: El instante de no retorno

En la primera mitad de este tercer opus de Miguel Ángel Rocca se reconocen las cualidades narrativas y estéticas de un cine argentino que apuesta por un lado a la universalidad de sus temáticas y por otro a la sutileza para contar una historia dramática e intimista, que transita por los tiempos del duelo desde la mirada extrañada de un padre que llegó a la conclusión de que no conocía a su hijo. Pero en la segunda mitad esa buena plataforma de drama familiar sutil vira hacia la zona de confort de la venganza, sin mayores sorpresas, que la vuelven un tanto predecible y que ahuyentan toda buena predisposición a la ambigüedad en el relato para caer en el atajo de las respuestas, mientras la premisa abrazaba -desde el dolor de una familia rota- un sinfín de interrogantes.

El extrañamiento que genera la pérdida de un ser querido, ese instante de no retorno, sumerge a Gustavo (Jorge Marrale) en un viaje interior y exterior para saldar cuentas con la culpa y con el pasado. El eje de ese trastornado derrotero, lejos de guiarse hacia la búsqueda de la redención, se retroalimenta de los reproches que su esposa (Mercedes Morán) lanza a la misma velocidad que su angustia por aquel momento fatídico donde su hijo Facundo recibió una herida mortal en un episodio de “entradera” tan cercano a estos tiempos de inseguridad.

La base conceptual sobre la que se apoya Maracaibo es en la difusa zona de lo no dicho. Allí, no sólo prevalece la falta de comunicación en el matrimonio y la relación de los padres con su hijo sino que comienzan a tener protagonismo los secretos y los descubrimientos de esos secretos. Lo que se pone en constante tensión es la mirada y la distancia, la dinámica del foco y el fuera de foco en la imagen en consonancia con los caóticos vaivenes emocionales.

Antes de la muerte de Facundo (Matías Mayer), Gustavo concentraba su atención en su especialidad de cirujano con el objeto de conseguir un cargo y el reconocimiento en su profesión por parte de colegas pero especialmente de su familia. No podía ver más allá de su propio anhelo aunque de vez en cuando necesitaba recuperar su estatus de pater familia. En cambio para Cristina (Mercedes Morán) alcanzaba con los momentos familiares y las charlas con Gustavo sobre el pasado y las películas.

Sin embargo, en el fuero interior de Gustavo persiste la necesidad de encontrar respuestas a todas aquellas preguntas que lo conectan tanto con la víctima como con su victimario, el autor material del crimen (Nicolás Francella), y a partir de ahí iniciar el proceso de elaboración del duelo, etapa que le servirá desde lo emocional para reconectarse con ese hijo desde la ausencia y tomar distancia de Cristina, magnificada por el dolor y el constante maltrato mutuo cuando el silencio ya no basta para ocupar el espacio vacío.

Maracaibo se toma el tiempo justo en el relato para construir desde una cuidada puesta escena y un predominio de planos medios y primeros planos el dispositivo para mostrar las diferentes aristas del dolor. En el rostro de Marrale se lee perfectamente el mapa del desconsuelo, se advierte en su perplejidad la falta de horizonte cuando el extrañamiento se hace carne y sigue sin poder verbalizarlo. Es en Jorge Marrale donde crece a nivel dramático el relato que nunca opta por la reacción física desmedida, algo que en el terreno del policial por el que bordea se celebra. Eso no le quita mérito a Mercedes Morán hasta el momento de desaparecer en un segmento donde se concentra lo más flojo del film, que a pesar de sus desniveles no deja de tener un atractivo extra en el apartado visual y el reconocimiento a su director por abordar con originalidad un tema demasiado visitado por el séptimo arte.