Maracaibo

Crítica de Rodrigo Seijas - Fancinema

LA HABITACION DEL HIJO

La campaña de difusión la vendió primariamente como un thriller de venganza, pero lo cierto es que Maracaibo es primariamente un drama. Algo de la trama gira alrededor de la idea de la justicia por mano propia, pero de manera lateral, porque lo esencial del conflicto gira alrededor de Gustavo (Jorge Marrale) y en menor medida Cristina (Mercedes Morán), un matrimonio de clase media acomodada que pierde a su hijo Facundo (Nicolás Francella) cuando lo matan frente a sus ojos en una típica entradera en su hogar. Lo que viene es el derrotero cuesta abajo para Gustavo y los intentos para recomponerse.

Un aspecto sumamente interesante de Maracaibo es cómo se toma su tiempo para llegar a esa escena de quiebre absoluto donde Facundo muere. El film no arranca con este episodio, sino que va mostrando con pequeños trazos cómo la vida de esa familia aparentemente perfecta tiene unas cuantas grietas, focalizadas esencialmente en el padre que es Gustavo, un hombre que es un profesional intachable y reconocido por sus colegas, un buen padre y marido, pero también un tipo con ciertas concepciones un tanto arcaicas y dificultades para expresar de manera cabal lo que siente. Hay una incomodidad que sobrevuela esos pequeños minutos, donde Gustavo cumple con naturalidad sus diferentes roles pero al mismo tiempo es incapaz de sostener una conversación con los amigos de Nicolás, queda shockeado emocionalmente cuando descubre la homosexualidad de su hijo y realiza largos paseos en auto en el medio de la madrugada, sin un rumbo definido. Todo ese malestar, que parece estar esperando el momento –y el hecho- propicio para estallar, es tratado con sutileza por el film de Miguel Ángel Rocca, sin agigantar los problemas, pero dejando en claro cómo pueden condicionar la cotidianeidad de los protagonistas.

Luego del arranque y la escena donde muere Nicolás, en la que también se derrumba la existencia de Gustavo y Cristina, Maracaibo entra en una zona de indecisión, coqueteando con la vertiente del thriller en la que la motivación central es la venganza, pero sin dejar de trabajar sobre el drama donde interviene la noción de la culpa. Lo cierto es que toda la subtrama de suspenso es bastante torpe en su armado y la presencia de Luis Machín como un improbable ladrón no ayuda. Lo que sí funciona y es definitivamente mucho más atractivo es cómo el film reflexiona sobre el legado de las figuras paternas y las formas en que condicionan –primariamente desde el machismo y la violencia- los destinos de los hijos, incluso entrando en patrones de repetición.

En los minutos finales, cuando Maracaibo consigue ser plenamente consciente de lo que importa en su relato, de cuál es su verdadera esencia –la historia de un padre tratando de cerrar las heridas que le dejó la pérdida abrupta de su hijo y lo que quedó sin decir entre ellos-, repunta bastante. Y aunque varias de sus decisiones para acomodar algunas piezas son bastante esquemáticas y previsibles –principalmente la referida a la contraseña de la computadora de Nicolás-, lo que se termina imponiendo es el tránsito del Gustavo por los espacios vacíos –como la habitación del hijo que ya no está- y tiempos muertos que invaden su vida. En eso es clave el saludable tono parsimonioso en el film (que incluso puede espantar a unos cuantos espectadores), sostenido primordialmente en la notable actuación de Marrale, que encuentra la gestualidad precisa para expresar a ese padre repleto de dolor, ira y tristeza, buscando perdonarse a sí mismo.