De traiciones y destinos marcados
En Marea baja, de Paulo Pécora, un hombre de mediana edad que parece estar escapando de algo o de alguien llega al Delta (desde Lugones a Walsh, clásico refugio para aquellos que quieren terminar con su vida o salvarla) y se instala en una casa que administra una mujer sola que también se encarga de la limpieza y la comida, y de revisar sus pertenencias cuando este no está. El hombre aprovecha el tiempo libre para cavar pozos como quien pretende hallar algo oculto en otro tiempo. De pronto aparece otra joven con la que la mayor mantiene una relación extraña de gritos, peleas, cariño y celos. Especialmente cuando la chica se acerca demasiado al extraño. Cuando lo temido suceda, las cosas se modificarán fatalmente.
En ese ambiente donde la naturaleza teje sus sombras y sus ocultamientos con una vegetación enmarañada y crecida, arraigada y enraizada, y el agua fluye continua, demarcante y envolvente sobre el territorio, los misterios se tornan pan cotidiano y las mareas, cuando bajan, devuelven a la tierra cabezas cortadas. Territorios reales que filtran lo onírico en juegos sutiles, subrayando la precariedad de las certezas. Visiones y gritos que pueden ser interpretados como proféticos anuncios (anticipaciones) o como construcción del sueño y la duermevela del protagonista siempre atento y seguro durante el día y por las noches sobresaltado y con un arma a mano.
Con una puesta aceitada y actuaciones contenidas (salvo en el último tercio donde cierta irrupción de un personaje altera el registro utilizado hasta el momento y hace un poco de ruido), Marea baja entrega una historia de traiciones y destinos marcados que hasta se anima a mezclar la mirada de autor con el género en un duelo final al mejor estilo de los westerns clásicos para compartir los terribles finales shakesperianos.