El delta del tesoro
Cuando la marea baja, en la costa isleña afloran cabezas descompuestas de ganado. Un forastero llega, mira las osamentas y huele, más que putrefacción, algún oscuro presagio. Busca asilo en la posada de una mujer mayor, quizá mayor que él, que no pregunta; cuando llega una mujer más joven (¿hija?; ¿amante?), curiosa, el hombre da por toda explicación: “Necesito saber qué hay alrededor”. Y alrededor el forastero cava hoyos en busca, probablemente, del tesoro que algún compinche dejó. El forastero, claro, es un prófugo. En su segundo largometraje, Paulo Pécora traza una ambientación litoraleña digna de los relatos de Saer, con alteraciones visuales y una lograda perturbación del entorno que remiten al cine de Carlos Reygadas y Ben Weathley. La segunda parte marca una clara distinción, con un estilo cercano al thriller, y si bien disminuye el enrarecido, onírico clima de la película, Pécora enfrenta al protagonista con sus perseguidores de un modo original, grotesco, que se eleva en un poético desenlace. La actuación de Germán Da Silva como Pascual (el forastero) es otro acierto de este sugestivo film.