Las metáforas bajan turbias.
Marea Baja es un thriller minimalista que discurre entre atmosferas oníricas y alucinatorias en medio de una huida y un trío amoroso. Un hombre misterioso y taciturno de unos cincuenta años llega a un anegado hospedaje en la región selvática del delta del Paraná para esconderse de unos cómplices que lo acechan. Alejados de todo contacto civilizado comienza una relación con las mujeres que viven en el hospedaje en un clima que parece deambular perdidamente en lo agreste alrededor de la tragedia.
La intención del segundo largometraje de Paulo Pécora es comenzar una historia en el punto exacto en el que termina su ópera prima, El Sueño del Perro (2009), introduciendo escenas que pongan en tensión la belleza de la selva con su esencia violenta y amenazante. La convivencia con la selva es una antesala a la muerte, una suerte de espera de algo inevitable que baja con el río junto con las cabezas de animales muertos.
Con una fotografía excelente a cargo de Emiliano Cativa, Marea Baja elude los diálogos y pone toda la película al servicio de la espesa vegetación como metáfora de lo salvaje y violento dentro del hombre, y como una especie de refugio inconsciente. La imagen busca la vida y su ferocidad en su versión más cruda, eligiendo -por ejemplo- mostrar un ciempiés solitario que sube una corteza o una horda de hormigas realizando sus trabajos con una estructura social en medio del tupido follaje. Mientras la muerte se aproxima, el trío amoroso se refugia en la sensualidad brusca que emula a la selva en su concupiscencia agresiva. Con un sonido ambiente de una naturaleza que aflige, Marea Baja es una punzada sobre la sensibilidad de un cuerpo domesticado que vuelve a la tierra para morir sin paz.
La obra demanda actuaciones gestuales que fallan en su cometido cuando los diálogos son introducidos innecesariamente para explicitar un guión que prácticamente carece de acciones y se construye en base a la ausencia de las mismas. Los personajes van buscando pistas, revolviendo bolsos, enterrando, desenterrando y escondiendo objetos y dinero, protegiendo aquello por lo que luchan, viven y están dispuestos a morir. El río parece la clave de la vida y de la muerte, alterando el orden de la naturaleza al igual que la acción del hombre. Las cartas del tarot ya están echadas y sólo queda esperar a que el río reclame lo que le pertenece.