En el nombre de Ema.
Ya pasaron casi 40 años desde que la última dictadura militar tomó el poder, y todavía siguen apareciendo relatos que necesitan ser elaborados y tramitados por ese profundo trauma y la herida social que nos dejó ese capítulo de nuestra historia. En las afueras de Margarita Belén, una pequeña localidad chaqueña, ubicada a 21 kilómetros de Resistencia, se masacraron a 22 presos políticos con absoluta impunidad, escondiendo sus cuerpos.
Cecilia Fiel toma este trágico hecho y lo reconstruye como un intento de visibilizar algo pasado, de lo que se habla muy poco pero que está perturbadoramente presente en el inconsciente colectivo. Pero, ¿cómo hacer de algo tan macabro un relato bello? ¿Cómo transformar lo siniestro en poesía? ¿Cómo darle vida a un joven cuerpo desaparecido del que ni siquiera tenemos la imagen de su rostro?
La realizadora lo logra a través de un minucioso trabajo de investigación. Para ello recurre no solo a testimonios de testigos de la época, sino de los lugareños presentes (quienes en su mayoría tienen muy poca idea de lo ocurrido), material de archivo, filmación de las locaciones y un recurso muy peculiar, el narrar la historia en primera persona, darle un enfoque subjetivo y ficcionalizar, ser ella misma un personaje del cual no se tiene cuerpo ni imágenes: Ema “Pelusa” Cabral.
Ema era una terapista ocupacional, militante montonera y oriunda de Reconquista, Santa Fe. En pareja con Reinaldo Zapata, se van al Chaco para seguir por su causa y de vez en cuando cruzarse a Corrientes a visitar familiares y huir porque la estaban persiguiendo. De Ema solo tenemos sus huellas digitales, imperdibles relatos de su madre, algunas historias de compañeros de lucha y no mucho más. Sabemos que tuvo que dejar una hija para salvarle la vida y que fue acribillada ese día junto a su marido y otros compañeros.
Fiel no solo es espectadora de su propio documental, también se identifica con Ema, “las dos primeras vocales y la misma consonante de mamá”, juega a ser ella, a que no la mataron, que siguió con su vida hasta la vejez, recrea el diálogo que tiene con su hija cuando debe “abandonarla”. Reconstruimos la historia, la resignificamos y simbolizamos desde la mirada de Ema. Otras historias y testimonios paralelos se despliegan, como ese infiltrado en las filas de Montoneros que pasaba información a los militares, la vecina del cementerio que estuvo casualmente presente cuando se llevaron los cuerpos, o el convicto testigo de la masacre que escribe un libro pero se desdice de prácticamente todo.
Hablamos de un documental que tuvo que cambiar su objetivo a medida que se filmaba. En un primer momento era un pedido de justicia, pero el juicio de la masacre se llevó a cabo en el 2010 y tuvo como resultado 8 condenados a prisión perpetua y un oficial absuelto. Así y todo, hay lugar para un interesante análisis del tribunal y sus sentencias. Esta es una historia terroríficamente trágica pero que no se sumerge en lo perverso, y a fin de cuentas nos ofrece un relato estético, metafórico y lúdico, sin dejar de ser inquietante, reflexivo y por momentos ominoso. Margarita no es una flor, pero tal vez Ema sí lo sea en algún lugar del Chaco.