Pura vida
Las historias detrás de los horrores de la dictadura militar nunca dejan de impactar. Sobre todo en el comienzo de “Margarita no es una flor” que, ante la pregunta de la directora Cecilia Fiel, varios habitantes de Resistencia declaran desconocer lo ocurrido cerca de su propio lugar de origen. Ahí sigue gran parte del horror, en el desconocimiento, pero también en el ocultamiento y la mentira instalada durante ese tiempo. Ese terror está bien tratado en el film de Fiel, pero lo novedoso es la elección narrativa para esta historia.
Hay varias reflexiones y conclusiones que se pueden encontrar detrás de “Margarita no es una flor”. En primer lugar, está la intención de hacer entender al espectador el drama de la interrupción de la vida, a través del trágico asesinato ilegal que se realizó por esos años. La directora eligió una protagonista, una luchadora para darle vida, literalmente. Muchas veces en los documentales de tragedias, guerras, o en los de la dictadura que empezó en nuestro país en 1976, se tratan los hechos, las causas y consecuencias que derivan en los incidentes macabros, pero muy pocas veces se puntualiza en las vidas detrás de las víctimas.
Por eso es importante no quedarnos con los 22 asesinados, sino hacernos conocer directamente a Ema Cabral, para empatizar con su vida, su entorno, sus ilusiones y su militancia para fortalecer nuestro lazo con ella. La directora se pone en su piel, y reconstruye su trabajo poniendo directamente el cuerpo y la vida por la protagonista. Así logra hacer presente a Ema, extendiéndola sobre su propio pensamiento e ilusiones. Aunque las pretensiones son demasiado altas y la protagonista puede quedar opacada por la visión de la directora, no deja de ser un juego para entender que hay detrás del horror.
Su asesinato se produjo en la masacre de Margarita Belén, en la provincia del Chaco, donde los militares alegaron que ocurrió en el marco de un enfrentamiento con presos fugados de un penal. Como mucho de lo sucedido en esa época, se disfrazaron los hechos, pero luego los testimonios dieron cuenta que se trató de una acción premeditada en el marco del terror de la dictadura. Muchas de las características de su detención y su caso pueden ser paradigmáticas de lo que sucedió, una detención ilegal, una muerte disfrazada para tapar las reales intenciones detrás de esas muertes.
El film es un viaje para reconstruir la muerte y la vida de Ema, pero también el juicio posterior y la esperanza de justicia de estos años. Los testimonios son muy variados y el trabajo detrás es notable para lograr sus intenciones, sobre todo cuando va a buscar a Alfredo Germiniani. Pero el film por momentos se diluye en el efecto de introducirnos de lleno en la historia. Más allá de ser una historia fuerte, el problema está en la sobreinformación y los diferentes saltos que se desarrollan, junto con el tono de voz de la locutora que se mantiene neutro en todo el trabajo y no logra robustecer los hechos de potencia narrativa.
A pesar de eso, “Margarita no es una flor” logra convertirse en un testimonio conmovedor y bien elaborado de la tragedia, un trabajo que prioriza verdaderamente la vida por encima de la muerte. El drama de la dictadura no solamente se entiende a partir de cuestiones ideológicas, económicas y políticas, que muy importantes son, sino en interpretar también que no se puede interrumpir arbitrariamente el derecho a la vida, la verdad y la justicia.