Una bioquímica cincuentona atraviesa una crisis personal y de pareja mientras lidia con la ilusión de un amor nuevo, encarnado en la figura de una persona (mucho) más joven. ¿En qué medida influye en la percepción de esta trama la condición homosexual de la protagonista, es decir, el hecho de que también sean mujeres la amante histórica y el flamante objeto de deseo? Bastante, a juzgar por algunas de las críticas publicadas cuando Margen de error se proyectó meses atrás en el 21º BAFICI: sus autores celebraron el cuarto largometraje de Liliana Paolinelli como obra consecuente con una carrera cinematográfica dedicada a la visibilización lésbica.
Desde esa perspectiva, se destacó el aporte de la nueva película a la descripción del universo que la realizadora cordobesa expuso cuando dirigió Lengua materna en 2010 y Amar es bendito en 2013. Ambos films también aprovechan la crisis de pareja de las protagonistas para abordar, en el caso del primero, las dificultades de una de ellas a la hora de sincerar su orientación sexual ante la madre (es entrañable el trabajo de Mara Santucho y Claudia Lapacó) y, en el caso del segundo, la consideración de la opción bisexual o poliamorosa en una relación lesbiana que siempre fue de a dos (aquí también brilla Santucho, esta vez con Claudia Canteroy Carlos Possentini).
A diferencia de lo que ocurre en sus predecesoras, en Margen de error es casi anecdótica la condición sexual de la protagonista y sus dos amores. En palabras de un crítico que publicó su nota en tiempos baficianos, “a pesar de transcurrir en un universo lésbico, todos los personajes podrían intercambiarse por heterosexuales”. Acaso radique aquí el nuevo aporte de Paolinelli: recordar que homosexuales y héteros nos parecemos más de lo que algunos sostienen.
Sin dudas, la también autora de Por sus propios ojos recrea con tino el universo de amigas gays de larga data, con años de experiencias en común, que –como ante todo amague de separación– se solidarizan con una u otra integrante de la pareja afectada. Victoria Carreras, Elvira Onetto, Daniela Pal, Mónica Gonzaga se lucen en tanto miembros del coro que asiste con más o menos comprensión al enamoramiento progresivo que la joven a cargo de Camila Plaate provoca en la protagonista interpretada por Susana Pampín, y a la sensación de traición imperdonable que invade a la pareja añeja a cargo de Eva Blanco.
El desempeño de las actrices protagónicas también es impecable, así como la fotografía de Soledad Rodríguez (dicho sea de paso, un dato no menor: éste es el primer largo que Paolinelli filma en la Ciudad de Buenos Aires). A estas virtudes corresponde agregar la dirección de arte de Mariela Ripodas y Lola Rubinstein que obtuvieron un merecido reconocimiento en el BAFICI.
Como los críticos mencionados, algunos espectadores también celebramos que Paolinelli siga visibilizando. En cambio tomamos distancia de aquel elogio generalizado cuando apartamos la lupa de la cuestión lésbica y descubrimos una comedia previsible. Desde esta otra perspectiva, la crónica de los equívocos de Iris con la veinteañera Maia, y por carácter transitivo con su pareja Jackie, resulta menos interesante que Lengua materna, Amar es bendito y Por sus propios ojos.