Como en las clásicas piezas del malentendido, las que nutrían al cine de Éric Rohmer inspirado en la dramaturgia de Racine, la vida de Iris se ha tornado un laberinto imprevisible. La llegada de Maia, la hija de una amiga tucumana, despierta en esos días de intermitente convivencia un deseo inesperado. Su vida con Jackie y el perro Caruso era tan tranquila hasta entonces que hasta las fiestas sorpresa parecían programadas. Pero Iris quiere vivir algo, no le teme al vértigo de los acontecimientos sino a la monotonía de la vida, a los mismos sábados de bochas, al amor acostumbrado.
Liliana Paolinelli demuestra que lo que había ensayado con humor y cierto tono agridulce en Lengua materna aquí encuentra su mejor forma. La precisa composición de los planos fijos permite insinuarnos esa mirada incompleta que conduce a Iris a confundir apariencia con verdad, y al mismo tiempo a soñar con la aventura de su vida.
Como todas las mujeres de Paolinelli, que aquí cobran vida en pinceladas corales durante un cumpleaños o un juego de cartas, Iris nunca deja de moverse, de sortear ataduras, de confiar en una búsqueda incesante hacia donde quiera que la dirija. Y Susana Pampín la viste de una fascinante desorientación para afirmar la filiación con la comedia y para combinar de manera excepcional el humor con esa conciencia del paso del tiempo que asoma en su interior.