Marguerite

Crítica de Alejandro Lingenti - La Nación

La primera baronesa punk

H ay dos maneras de enfrentar la vida: vivirla o soñarla, asegura una tarotista barbuda que es parte de la exótica comitiva que acompaña a Marguerite, la hilarante protagonista de esta película exhibida en la última edición del Festival de Venecia, la sexta en la carrera de Xavier Giannoli, el mismo de El cantante (2006) yLa mentira (2009), ambas con el gran Gerard Depardieu. Y está claro que Marguerite (interpretada con solvencia y gracia por Catherine Frot) ha elegido soñarla: aunque su impericia para el canto lírico es más que evidente, ella decide sostener contra viento y marea una carrera cuyo desarrollo está apoyado en el engaño, la conveniencia o, en el mejor de los casos, la compasión de los que la rodean.

Basada en la historia real de Florence Foster Jenkins, una excéntrica soprano estadounidense que a lo largo de treinta años interpretó, con un estilo bizarro y poco convencional, un repertorio operístico que incluía obras de Mozart, Verdi y Strauss, la película -dividida en cinco capítulos- no esquiva el humor, pero lo matiza con un saludable cariño por su personaje protagónico. Está claro que Marguerite cantaba pésimo, pero también que su fe insobornable y su confianza en sí misma son requisitos indispensables para cualquier artista verdadero.

Giannoli usó muchos elementos de la historia real de Jenkins cuyo potencial para la ficción es indiscutible (de hecho, este año se terminó de rodar otro film sobre su vida dirigido por el británico Stephen Frears y protagonizado por Meryl Streep y Hugh Grant), pero decidió cambiar el entorno: de los Estados Unidos de los 40 a la Francia de los 20. Acartonados aristócratas, impetuosos vanguardistas de la época y pillos atentos a cualquier oportunidad de hacerse una moneda extra interactúan con esta mujer que vive en su propio planeta, pero cuya profunda humanidad desacomoda a cínicos e incautos. En Marguerite conviven la osadía, la ingenuidad y el tesón, un arsenal desplegado sin demasiada conciencia que desarticula tanto como el arte más experimental. Su vida y su carrera tienen ribetes cómicos y trágicos. Y Giannoli los aprovecha para superar la parodia y transformar esta historia de tono inverosímil en una loa a la libertad y la insumisión que se ha convertido en un éxito de taquilla en Francia (hasta hoy la han visto allí cerca de un millón de espectadores).

Protegida por un fiel mayordomo negro que tiene las mejores líneas de la película (muy buen trabajo de Denis Mpunga), Marguerite ahoga la pena provocada por un marido infiel y atemorizado por los fantasmas del ridículo con su firme convicción y se erige orgullosa como la primera baronesa punk.