Una artista atroz y maravillosa a la vez
Marguerite Dumont ama la música. El problema es que sus recitales, circunscriptos a un selecto grupo de millonarios, son una pesadilla para los oídos. Pero ella no afloja y está dispuesta a cumplir un sueño: presentarse al gran público en un teatro de París.
“Marguerite” es, básicamente, una historia de amor, con pases de comedia y fondo de inevitable tragedia, porque ella adora a un marido que la engaña y sin la música -lo afirma a los gritos- la aguarda la locura. “¡Pobre Mozart!”, titulan en un diario. Es que Marguerite no canta; emite una serie de insoportables graznidos que sus amigos le perdonan porque, a fin de cuentas, ella es dueña de una de las mayores fortunas de Francia. Pero Marguerite, más que la fama y el aplauso, persigue la aprobación de su esposo. La infidelidad es su límite, físico y emocional.
La saga de Marguerite se traduce en fotos. Madelbos, el sirviente fiel que alguna vez aprendió danzas hindúes para rescatar su espíritu, pone el ojo detrás del lente. Son imágenes sensuales, capaces de contagiar un erotismo que a Marguerite le cuesta liberar. A través de la cámara fluye una Marguerite poderosa e irresistible. Madelbos lo sabe y por eso aguarda, implacable, el momento de tomar la placa final, la consagración de su diva. No importa el costo -terrible- de esa foto.
Es una película profunda, atrapante, por momentos muy divertida, definitivamente sensible. Las aventuras de Marguerite tienen como fondo el París que empieza a sumergirse en los locos años 20. Una tierra de anarquistas (el desaforado Kyrill Von Priest que encarna Aubert Fenoy), soñadores (como el periodista opiómano que juega Sylvain Dieuaide), artistas venidos a menos, mujeres barbudas, arribistas... Todos conformarán la corte de Marguerite. Llegan a ella como vividores y terminan prendados de su esplendorosa humanidad.
Escrita y dirigida por el prolífico Xavier Giannoli, “Marguerite” brilla por su belleza formal, desde la cuidada selección musical a la puesta en escena, pero jamás alcanzaría su altura de gran película sin Catherine Frot, cuya interpretación es sencillamente inolvidable.