Marguerite

Crítica de Iván Steinhardt - El rincón del cinéfilo

Aguda y caleidoscópica mirada a la hipocresía humana

Los extraordinarios primeros 15 minutos de “Marguerite” entregan una escena memorable en la cual el director no sólo presenta el tiempo histórico (Francia, años ’20), los personajes, y a la protagonista del título, sino que también instala plena y claramente la temática que con tono agridulce va a tratar en su película: la hipocresía.

Claro, cuando nos damos cuenta de esto volvemos un instante a los 60 segundos iniciales para poder reconocer el grado de cinismo, acidez e ironía con el cual se manejará el realizador.

El plano general nos muestra un gran y lujosísimo living de la mansión de Marguerite Dumont (Catherine Frot), en el cual decenas de invitados escuchan embelesados a una cantante soprano. Está cantando “Come ye sons of art”, la oda que Henry Purcell compuso para el cumpleaños de la Reina María II de Inglaterra.

Así agasajan y homenajean a la “reina” de esta mansión. Todos vestidos y emperifollados para la ocasión en la cual las damas de beneficencia se reúnen para juntar plata en una canastita para “los chicos con hambre”, o algo así. Se cruzan miradas cómplices. Un secreto a voces corre entre tanta pompa y boato. La señora Dumont está a punto de cantar para todos los presentes y hay que adularla como sea. Los invitados saben algo que nosotros no, pero de eso no se habla. Lo que importa es tenerla en un pedestal. Una burbuja de idolatre tan inmensa que no pueda salir de ella, y se crea todo lo que le digan.

Iremos descubriendo a los cómplices Georges (André Marcon), un par de críticos aburridos de serlo (tal vez sin proponérselo), Hazel (Christa Théret) una cantante lírica ignota de todo este mundo de clase social alta, que acude contratada para cantar como “telonera” de la dueña de casa que sólo canta para este círculo “intimo”. Sólo los niños que corretean se salvan del mote de alcahuetes.

El juego está propuesto y aceptado por todos ¿Y ella? ¿Es consciente de la calidad de su canto? ¿Cuánto necesita de la adulación para creerlo? ¿Cuándo es “verdad” el talento?” ¿Tal vez cuándo se hace carne en otras personas dispuestas a aplaudir? Eso parece necesitar creer la protagonista, y en este sentido el supuesto talento de Marguerite, construido por todo su entorno en connivencia con su propia ignorancia, es análogo a aquellas ropas invisibles de El traje nuevo del emperador que Andersen escribió hace muchos años.

Lo dicho, ese comienzo es una extraordinaria muestra de cine. Las verdades que irá descubriendo nuestra anti-heroína se presentan como un catálogo de sorpresas y de miserias generadas por ese círculo íntimo en donde la vergüenza ajena, la traición y la falsedad, son las principales.

En especial la que siente su marido, brillantemente interpretado por André Marcon, pero no exactamente porque le importe el ridículo sino por intereses propios. Es que la sociedad tiene capas y capas de hipocresía. Marguerite va (involuntariamente y sin notarlo) revelando que detrás de una careta hay otra, luego otra más, y así sucesivamente, hasta desnudar que en el fondo toda esta parafernalia está vacía.

Sin valores morales ni de ningún tipo. Pocas veces la dirección de arte y el diseño de vestuario han tenido semejante doble función: La de ponerle contexto histórico al relato, pero también la otra la de mostrar un mundo construido a base de la mentira, más allá del contexto histórico. Ese mundo debe ser desproporcionadamente rico y sobradamente esnob. Lo es. Cada objeto se adivina buscado al detalle.

El elenco brilla. La impronta de Catherine Frot remite a una inocencia y una simpleza tal que parece la versión anciana de “Amelie,” (2001), aquél personaje compuesto por Audrey Tautou, pero Frot lleva su personaje a una altura notable cuando comienza a desnudar sus frustraciones.

La música también juega su papel. Ninguna pieza parece elegida azarosamente y hasta se vislumbra cierta alegoría al humor negro (cuando la señora canta por primera vez, por ejemplo). A eso sumemos una buena dirección de fotografía que se ocupa de subrayar los momentos de oscuridad interna de los personajes. El director, Xavier Giannoli, vuelve a trabajar sobre esta temática luego de la magistral “La mentira” (2009) en la cual un estafador convence a todo un municipio de invertir en su empresa de construcción ficticia, pero también en la última de 2012.

En aquella (ojalá recordase el nombre), un hombre común salía de la casa para enfrentar su rutina y encontraba que de repente era archi-famoso. En ambas, la mentira y la hipocresía venían de afuera, eran “invasores” externos, en “Marguerite” todo está armado desde las mismas entrañas del seno matrimonial hacia el exterior. Xavier Giannoli parece moverse cómodamente con temáticas en las cuales se exponen (y se potencian) nuestras miserias. Las consecuencias son el sufrimiento y esta comedia dramática es una gran forma de mostrarlo.