Lo ridículo y lo sublime.
¿A quién no le gusta ensayar un tema bajo la ducha? ¿O atreverse en una reunión privada a entonar el feliz cumpleaños a capela? Marguerite (Catherine Frot) es una mujer rica en la inquietante París de la década del veinte. Su pasión es cantar, aunque para sus atónitos escuchas lo hace con mucho sentimiento, sí, ¡pero de manera espantosa!
El amor que nuestro personaje pone en su penoso derrotero vocal, que incluye ensayos diarios de varias horas, sumados a su ingenua luminosidad, la convierten en un personaje querible y adorable. Marguerite busca ofrecer sus dotes a sus amigos en toda oportunidad y la gente que la rodea, en cómplice silencio, la deja hacer, riendo por dentro. El marido, a quien ella le dedica su arte, trata de evitar los momentos musicales de su mujer y ella, apesadumbrada, lamenta con dolor su ausencia. De su entorno solo su mayordomo negro, con un apegado afecto que recuerda a aquel que en similar papel interpretó Erich Von Stroheim, como el mayordomo de Gloria Swanson en El Ocaso de una Vida (Sunset Boulevard, 1950) de Billy Wilder, la auxiliará tomándole fotos cual diva y la mantendrá a raya de comentarios adversos.
También habrá tres personajes que se pondrán de su lado, una cantante lírica y sobre todo dos jóvenes adherentes al dadaísmo, una de las vanguardias de la época, que la ven con una personalidad que justamente “desentona” con lo que se ve (o escucha) habitualmente. Por ese motivo la llevan a un cabaret, donde de manera irrepetible interpretará La Marsellesa. Luego llegará el momento en que se abra la posibilidad de que Marguerite se presente en un recinto “clásico”, un teatro ante miles de personas que no son de su entorno ni alucinados espectadores de cabaret. Aparecerá un decadente ex tenor que, por motivos personales, la preparará para el ansiado acontecimiento.
Marguerite nos habla de los límites endebles y corredizos del arte, de las convenciones sociales, lo clásico y lo que no lo es, y sobre todo de las máscaras, aquellas que por afecto o piedad mantenemos para establecer nuestros vínculos. El guión de la película tiene algunos momentos reiterativos que resienten su estructura. Por el lado de las interpretaciones, la de Catherine Frot como la protagonista, insufla de vida y encanto a un filme que se ve con interés y por tramos, hay que decirlo, cuesta un poco escuchar.