La proliferación en boga de documentales streaming encuentra un punto aparte en pantalla grande con el estreno de María Callas: en sus propias palabras, imperdible debut del fotógrafo francés Tom Volf.
Destinado de manera explícita a captar la “esencia” de la diva operística griega, el filme recurre a un recorte preciso y precioso de entrevistas, diarios, fotos, grabaciones y filmaciones de orígenes y registros múltiples que se concentra con obsecuencia en la imagen y la voz de Callas, ya sea la que habla en primera persona como la que entona arias extraordinarias en el escenario.
Lo remarcable del filme es que justamente repasa la biografía de la artista sin desdoblar su objeto, que titila como un espectro de integridad hechizante: suave y temperamental, íntima e histriónica, banal y misteriosa, Callas es siempre una y la misma, un mito erigido en ese fascinante hiato entre carisma y platea.
El documental alterna apariciones televisivas y performances mundiales mientras sigue la cronología gloriosamente trágica de Callas, su disciplina rígida de infancia, el amor tirante con los Estados Unidos, la fama rebelde que trasciende al bel canto, la pasión tortuosa que la une y desune con Aristóteles Onassis, la depresión, el retiro temprano y la muerte aún más sorpresiva (a los 53 años).
Un joven que hace cola para verla en el MET de Nueva York justifica su admiración por Callas en la impecable técnica vocal, la ductilidad actoral y el magnetismo sobrenatural, y así sintetiza su legado. “La mejor cantante del siglo 20”, se oye también por allí.
Consciente de la hipnótica presencia de celuloide que manipula, Volf es fiel al enigma performático al borde del lenguaje y la representación que supone Callas acercando el cine a la música de modo tan simbiótico como conmovedor.
La soprano decía que en sus interpretaciones yacían sus memorias, que Volf invoca y vuelve imágenes como un ventrílocuo exquisito.