Quien escribe esta crónica realizó un curso de alemán a principios de 1968 en un remoto pueblo de Baviera. Los alumnos provenían de todas partes del mundo: brasileros, tunecinos, jordanos, vietnamitas y de países europeos. En una clase la profesora lanzó la siguiente frase para dar un ejemplo gramatical: “María Callas es tan famosa por su voz como por sus grandes escándalos”. Nadie pidió ningún tipo de aclaración sobre la persona o los hechos, todos sabían de quién se trataba. Su popularidad en aquel entonces para bien o para mal era universal.
En su debut como realizador, Tom Volf recorrió todos los rincones del planeta, grabó numerosas entrevistas en una investigación que le llevó varios años. Finalmente decidió rescatar el valioso y en gran parte inédito material de archivo, para armar su film casi en exclusividad con ese componente. El hilo conductor es el reportaje televisivo que le concedió la Callas al periodista David Frost en 1970, del cual no había registro, pero que un aficionado había grabado con su cámara directamente del receptor en blanco y negro.
Al escasear los reportajes a terceros, sólo se tiene el punto de vista de la cantante, siempre muy producida, que parece conocer el tenor de las preguntas, para dar respuestas afables sin profundizar en las múltiples polémicas en las que se vio envuelta. Su infancia en los Estados Unidos de donde es oriunda, los años del conservatorio en Grecia que coincidieron con la Segunda Guerra Mundial, los elogios de su maestra Elvira de Hidalgo, son el preámbulo de sus actuaciones en distintos escenarios del mundo en óperas y recitales siempre rodeada de un glamour que alimentaba la presencia de la realeza y las estrellas de cine del momento en sus apariciones. A partir de 1950 y hasta su muerte que tuvo lugar en 1977, Volf repasa los hitos de su carrera en esas casi tres décadas intercalando el cuestionario de Frost.
El asedio de los fanáticos y los paparazzi por obtener la exclusiva, su casamiento y divorcio con Meneghini, el romance con Aristóteles Onassis, el rodaje de Medea junto al director italiano Pasolini, la disputa con el director Rudolf Bing del Met de Nueva York, el mal trago de una cancelación en Roma, son motivo de análisis por la diva.
Nada se dice de su famosa rivalidad con la soprano Renata Tebaldi ni de los numerosos altercados, muchas veces alimentados por la prensa, producto de suspensiones de funciones por causas no siempre justificadas. En cambio, sí se detiene en su frustración al enterarse por la prensa del casamiento de Onassis con Jacqueline Kennedy, noticia que la sorprendió tanto como a los ocasionales transeúntes de Time Square que creyeron que se trataba de un chiste de mal gusto, al leer la noticia en los zócalos del punto neurálgico de Nueva York.
La música, en especial la vertiente verista, se hace presente a través de recitales donde se destaca Casta Diva de la ópera Norma de Bellini, su caballito de batalla, en su debut en París y La Habanera de Carmen de Bizet en otra gala. O bien surge como acompañamiento de imágenes en distintas etapas de su vida como el Addio del passato de La Traviata de Verdi, un aria sin estridencias ni colaturas que surge límpida y conmovedora de la garganta de la Callas. Poseedora de una voz prodigiosa debido a su registro tan amplio, sumado a su fina silueta y sus dotes dramáticas la colocaron en el zenit del “Bel canto”. Al respecto son muy clarificadoras las declaraciones de los fans que hacen cola en su regreso triunfal al Met en 1964.
¿Cuánto de María hay en la diva Callas y cuánto de la artista en su quehacer diario? Un desdoblamiento de personalidades, la injerencia de una en la otra, es lo que trata de dilucidar el film. Con el correr de los minutos la música y la presencia escénica de la soprano se imponen, generando en el espectador una sucesión de emociones contenidas que estallan al final con un sonoro aplauso. Por último, los créditos se deslizan con la interpretación de O mio babbino caro de Gianni Schicchi de Puccini, en la cual una joven enamorada le ruega a su padre permitirle casarse con el amor de su vida, un anhelo que la Callas nunca concretó en la vida real y que encontró su refugio en numerosas ocasiones en la ficción.