Lo más asombroso de esta película no es Joaquin Phoenix como un Jesús revolucionario, ni ver a Rooney Mara (Carol, La chica del dragón tatuado) como una María Magdalena mesiánica, ni la bravura con que Garth Davis (Un camino a casa) encara a los personajes bíblicos, ni que Chiwetel Ejiofor -negro- sea Pedro, sino la revisión del relato en sí mismo.
Porque esta seguidora de Cristo no es la prostituta que supimos -o mejor, nos hicieron- conocer, sino que es más acorde a las últimas visiones dadas desde el Vaticano.
María Magdalena aquí es una mujer que lucha por lo que cree, que se aleja de su familia para seguir a un Jesús, sí, revolucionario, y que se convierte en la primera testigo de su resurrección. La que lo acompaña, cree en él.
Hasta Martin Scorsese, que la reflejó en La última tentación de Cristo -era Barbara Hershey-, se pondría colorado.
Los católicos más conservadores tal vez no comulguen con esta versión. Pero están los hechos bíblicos y, salvo las reinterpretaciones apuntadas, todo sigue más o menos como de costumbre.
Darle el rol de Jesús a Phoenix -la antiestrella- fue claramente un acierto. Lo mismo pasa con Rooney Mara, con su rostro entre angelical y de porcelana. Para los tiempos que corren, en esta versión aggiornada y actual María Magdalena abrazaría seguramente al movimiento #MeToo -hay que ver cómo la tratan algunos hombres-. La dirección de arte, el vestuario y la iluminación hablan de un logro mancomunado.
Aquellos que busquen la grandilocuencia de La Pasión de Cristo difícilmente la hallen. La crucifixión está resumida, no hay regodeo con la violencia, aunque algunos momentos sí son fuertes. No es que el director australiano dé todo por sentado ni que quiera imponer su visión. Pero está nueva campanada, después de haber oído tantas sonando con el mismo tono, es bienvenida.