María y el Araña es una historia de amor, y a la vez la historia de un abuso. Se estrena el 10 de octubre
Su protagonista tiene alrededor de 13 años es una adolescente que disfruta del estudio, tan es así que va a ser becada en el secundario. Por la tarde trabaja como vendedora en el subte. Vive con su abuela y la pareja de esta, un hombre desagradable que pasa su vida tirado en una cama, tosiendo, mientras espera la llegada de su mujer para que lo sirva.
Un día en el subte conoce a un adolescente unos años mayor que ella, quien hace malabarismos de diferente tipo para sobrevivir.
Ambos comparten el trabajo en el mismo ámbito, habitan en villas dentro de la gran ciudad, y tienen responsabilidades que los exceden en sus roles.
El Araña cuida a un padre que se lo ve en la cama, mientras María regresa a su hogar con su abuela, para arribar a un clima denso donde las miradas se entrecruzan… mientras la tensión va anticipando la historia del abuso.
Paralelamente la relación entre los dos jóvenes va creciendo afectivamente. El hecho de ver o intuir que María se esta transformando en una mujer va a sumar a la hora del desencadenamiento del descontrol en este hombre.
Cuando se habla sobre abuso sexual en menores, siempre se piensa en violencia visible y/o invisible, y se sospecha de un no querer ver la realidad, para pasar al terreno de la complicidad basada en el temor.
El peligro físico y moral de María va acompañado de una angustia creciente, la cual se encuentra relacionada -como ocurre en la mayoría de los casos- con la vergüenza y el miedo.
La distorsión de los roles de este tipo de hombres, no difieren de los otros por la cantidad o la calidad de su potencial de violencia, sino que lo que ocurre es que estos mismos han fracasado en el dominio de este potencial, por no haber podido adquirir la capacidad de abstraer, de simbolizar y de desplazar la cólera derivada de la frustración de sus deseos.
En la segunda mitad del siglo xx junto al creciente movimiento a favor de los grupos humanos discriminados (mujeres y niños) fueron surgiendo grupos que se unieron para luchar a favor de los derechos de las víctimas, los que denunciaron la existencia de un conjunto no considerado de las estadísticas oficiales: las víctimas de la violencia doméstica. Este primer momento de acción militante fue determinante a la hora de buscar respuestas sociales, sicológicas y legales.
Y es partir de los 70, que el tema es recortado como objeto de estudio por los investigadores sociales.
Pero dicha tarea es muy compleja a la hora de acceder a la información de lo que ocurre entre las cuatro paredes de una casa. Bastaría pensar en lo ocurrido hace poco en la localidad de Conchayoj en Santiago del Estero, donde un hombre violó a su hijastra desde los 11 años -ahora una mujer de 35- con la cual tuvo 10 hijos, de los cuales dos fueron enterrados cerca de su casa. Esta mujer recién se anima a contarlo, comentando que esto es común en esa zona. Algo realmente impensable, si se sabe que esta mujer no estaba encerrada.
El 25% de las mujeres que dan a luz en La Banda, Santiago del Estero son niñas entre 11 y 16 años lo que la transforma en una población vulnerable por desarrollo, por historia familiar y por situación social, y la convierte a sus vez en una zona de alto riesgo.
El escenario de la casa de María es el clásico de ese tipo de abuso. Un perverso y dos mujeres sometidas por diferentes razones: preferir tener un hombre al lado, aunque sea un enfermo y ser abandonada por la madre.
Lo terrible en el campo de la violencia doméstica es que las propias víctimas de maltrato y/o abuso realizan esfuerzos para que nadie se entere de lo que ocurre, y eso se manifiesta tanto en la propia víctima como en los familiares directos.
El uso de la violencia dentro del hogar sigue siendo estadísticamente una expresión del control que el hombre ejerce contra la mujer, ya que el 2% de la violencia corresponde a la mujer, el 25% es recíproca y casi el 75% restante es violencia contra la mujer. Dentro de ese porcentaje los niños y los ancianos son las víctimas más frecuentes.
En el seno de la violencia se puede hablar de abuso físico, sexual, y emocional o sicológico.
María es abusada en las tres modalidades, las que suelen estar casi siempre asociadas.
Lo que María Victoria Menis nos presenta en este logrado film es una historia de abuso a la que se va a imponer la historia de amor, ya que estos dos adolescentes, -a los cuales se les han arrancado una parte de sus vidas- serán obligados a saltar una etapa y forzosamente a convertirse en adultos, para poder salir de ese círculo y construir una nueva vida basada en el respeto mutuo.
Menis nos relata esta historia a través de las miradas de sus personajes, de sus emociones, de sus silencios, y del modo en que procesan la experiencia que les toca vivir.
María y el Araña es una postal visible de nuestra Argentina profunda, aquella que negamos aunque lo veamos todos los días, en la calle… en el subte.
Un film que va a emocionar al espectador generando diversos tipos de reacciones marcadas en mayor medida por la impotencia.
Con muy buenas y parejas actuaciones, donde se destaca la de Florencia Salas (María), actriz no profesional, destacada revelación.
Otro excelente trabajo de Menis, que se mueve entre el documento de la realidad y a la vez se acerca al documental como género en ese vagabundeo por la ciudad, dando cuenta de realidades tan diferentes, como pueden ser la Villa Rodrigo Bueno y en su extremo Puerto Madero, pero haciendo foco en una historia de amor que superara a la de la violencia.
Buscar y ofrecer -desde la perspectiva de la mujer- explicaciones a la realidad, supone ubicarnos en el terreno de la utopía que le otorga sentido de futuro a los procesos sociales. El objetivo sería ampliar la mirada, para que esta nos permita volvernos sobre nosotros mismos, y de este modo poder ver y hacer algo sobre las personas afectadas en su ser y en la historia, que una vez más legitima el predominio de lo masculino sobre lo femenino.
María y el Araña es un film de autor con un guión sólido, cuya estrategia narrativa son las miradas, los silencios, y las elipsis. Su historia contribuye al proceso de toma de conciencia de una realidad que sabemos se encuentra demasiado cerca, aunque elijamos no verla.