Amor en la oscuridad
Quien vaya a ver María y el Araña debe estar preparado para enfrentarse a una película dura. Porque lo que desde el título, el afiche y los primeros minutos parece la encantadora historia de amor entre dos púberes desamparados, de a poco se va oscureciendo hasta convertirse en un drama de proporciones. No conviene contar en qué consiste ese drama, porque se estaría arruinando uno de los mayores méritos de la directora María Victoria Menis (El cielito, La cámara oscura). Va dando indicios, pistas sutiles de lo que está ocurriendo, de manera que los espectadores quedan totalmente atrapados dentro de la trama. Y, al igual que alguno de los personajes, preferirían que eso que sospechan no fuera verdad.
Como tantas producciones nacionales de los últimos años, esta es una película de silencios, gestos y miradas más que de diálogos. Pero, a diferencia de otras, esa austeridad verbal es funcional a una historia. Por supuesto, para que ese mecanismo dé resultado son fundamentales las actuaciones (y la dirección de actores): aquí se lucen la debutante Florencia Salas, Mirella Pascual (recordada por Whisky) y Luciano Suardi (un actor de sólida formación teatral poco aprovechado por el cine).
La fotografía (a cargo de Daniel Andrade) es bella, y esto puede ser tanto un halago como una objeción. Las imágenes son, casi casi, demasiado lindas: hasta la villa Rodrigo Bueno y el subte de Buenos Aires parecen lugares con cierto encanto, amigables, dignos de un paseo dominical. A la vez, se comprende que, sin esta estetización, la sordidez invadiría la película hasta hacerla indigerible, y entonces se agradece que la cámara, y Menis, sean capaces de captar belleza en los lugares más oscuros.