El fin de la inocencia
María es una excelente alumna y hasta recibe una beca escolar. María vive con su abuela y su pareja, un tipo joven comparado con ella, en una casa de la supervivencia y el día a día.
María viaja en subte, tiene una amiga más grande, vende algo para llevar plata a la casa y conoce a El Araña, un chico de su misma condición social. La niña María es luz, sonríe tímidamente, se siente feliz en el colegio, en la calle, en el subte, no así en el hogar, vigilado por la mirada de la pareja de su abuela, un hombre digno de temer. María está interpretada por Florencia Salas, sin ninguna experiencia en cine, en una performance extraordinaria donde se entremezclan alegrías momentáneas y un tremendo dolor interior. El tercer largo de María Victoria Menis (El cielito, La cámara oscura) se adentra de manera sutil en un par de vidas al voleo, a pleno pan nuestro de cada día, donde la niña María y el adolescente Araña actúan como punto de vista del relato, a través de elecciones formales donde la puesta en escena (locaciones reales, movimientos tensos de la cámara) recuerdan a los mejores exponentes urbanos de la Generación del '60 del cine argentino. Pero el aspecto más relevante de María y el Araña se hace presente no solo por aquello que muestra, sino también desde lo que decide eludir a través de un inteligente uso del fuera de campo. Con similares inquietudes temáticas a otro film argentino reciente, El sexo de las madres de Alejandra Marino, el dolor de María se sintetiza en su mirada triste, de vez en cuando feliz, invadida por el excesivo control de un hombre mayor que convive cerca de ella. En este punto, la película entrega sus mejores momentos, sin caer en el habitual miserabilismo de esta clase de historias, sin recurrir al dedito acusador y a la tosca división entre buenos y malos. Menis es contundente desde la sutileza, certera por el uso del espacio off, protegida y apoyada por ese rostro cándido de María, un personaje invadido por alegrías efímeras y obligada a crecer rápidamente debido a los horrores del mundo. De allí el complejo final, la sonrisa tímida de María, ahora acompañada, y el reencuentro con el chico-araña.