El embarazo como una metáfora.
¿Quién le teme al drama burgués? Que una historia transcurra entre casas de diseño y gente que no tiene problemas para llegar a fin de mes, tipos arribistas y señoras podridas en plata, no quiere decir que uno no pueda identificarse con la chica que sueña con llevar su primer embarazo a término y no puede. ¿Que se sobredimensiona el embarazo perdido, al convertirlo en monotema que obsesiona a la protagonista, al punto de que casi no puede pensar en otra cosa? Bueno, eso no es lo que la película piensa que hay que hacer en esos casos, sino el modo que tiene la protagonista de reaccionar frente a esa situación, y que la película ha elegido observar, por los motivos que sean. Hay que empezar a diferenciar lo que piensan los personajes de lo que piensa la película. Algunas veces coinciden, otras no. ¿Y si yo no me quiero embarazar, puedo ver la película? Obvio. Un embarazo, como cualquier otra cosa, es un embarazo y una metáfora.
La carrera del realizador Maximiliano Pelosi se presenta, por ahora, oscilante, por decir lo menos. Su primera película, Una familia gay (2013), era un autodocumental en el que Pelosi se planteaba si casarse o no con su pareja gay. La siguiente, Las chicas del 3º (2014), era un grotesco chirriante y fallido. Protagonizada por Juana Viale y con Graciela Alfano en el papel de señora bián, Mariel espera muestra una voluntad de integrarse al mainstream nacional. Producción de tamaño mediano, Mariel espera es algo así como el equivalente siglo XXI, menos afectado, de las películas de Raúl de la Torre con Graciela Borges (Crónica de una señora, Heroína, Sola). Allí la Borges era el centro absorbente del relato, aquí lo es la nieta de Mirtha, a quien la cámara no abandona ni un minuto. En aquéllas la ex de Juan Manuel Bordeu era una señora burguesa con conflictos, aquí lo es la hija de Marcela Tinayre. El guion, casi más que guion es lo que se llama tratamiento, un protoguion reducido a una página. Mariel es una mujer joven que trabaja en una casa chic de iluminación de interiores, felizmente casada, embarazada desde hace tres meses, que en forma casi simultánea a la compra de su primer departamento junto con su marido se entera, al hacerse una ecografía, de que su primer embarazo se ha interrumpido. De allí en más entrará en crisis.
En un punto, que el guion no desborde de peripecias es preferible, ya que esto permite concentrarse, más que en lo que pasa, en lo que le pasa a Mariel. Sí, de acuerdo, Juana Viale no es la Érica Rivas de La luz incidente o la Pilar Gamboa de la próxima El Pampero. Pero tampoco es la Juana Viale de La patria equivocada (2011) o de Mala (2013). Se la ve más comprometida con el personaje, o menos marmórea, o ambas cosas, a la ex del rompecoches Chano Charpentier. A su alrededor todo está en su lugar, desde las actuaciones (Diego Gentile como su marido, Karina K como su jefa y Dan Breitman como un compañero de trabajo) hasta los rubros técnicos. Demasiado en su lugar. Falta algo que rompa el orden, se dirá. Desde ya: esto es cine mainstream y una dosis de locura le vendría muy bien, empezando por la propia Mariel, que bien podría pasar de la neurosis a un cierto grado de psicosis. Pero esa sería otra película, que podría llamarse, por qué no, Mariel desespera.