Cuando las luces se apagan
El cine argentino sorprende una vez más renovando la cartelera con un drama atípico. Esta vez, de la mano del director Maximiliano Pelosi –Otro entre Otros (2009), Una Familia Gay (2013), Las Chicas del 3º (2014)- que se mete de lleno con un tema escabroso, vigente y latente de la agenda pública social: el aborto. La osada propuesta está basada netamente en mostrar la maternidad como un mandato social impuesto que, muchas veces, se torna una frustración para la mujer cuando ésta no puede cumplirlo. Desde aquí, Pelosi aborda cómo este hecho puede, o no, afectar a una joven pareja con deseos de ser padres primerizos. Pone todas las fichas en mostrar el lado oscuro de este hecho aparentemente natural, mágico, auténtico y con el esperado final feliz de traer una persona al mundo, y lo cuenta a través de los ojos de una mujer que pierde un embarazo a los treinta años. En este sentido, el objetivo principal del largometraje es llamar a la reflexión a la sociedad para repensar el mandato social, impuesto, a cumplir en la década de ’30 y reconsiderar los tiempos reales de las nuevas generaciones que mientras corre el reloj biológico intentan apresurar las cosas, a punto tal de congelar los óvulos.
Sobre este eje avanza la trama sin mayores expectativas para el espectador que observar cómo la joven arquitecta Mariel (Juana Viale) pasa de estar felizmente casada con Santiago (Diego Gentile) y sentirse plena a raíz de su reciente embarazo, motor principal de un futuro prometedor y próspero. Además, le otorgaron un crédito en el banco para pasar de inquilinos a propietarios, y su jefa la dejo por primera vez a cargo de un proyecto artístico único: una famosa exhibición de obras de arte donde ella tendrá un deadline de 10 días para hacer la puesta de luces y lograr así un ascenso en la empresa. ¿Podrá Mariel en este momento cumplir los plazos de su jefa durante su embarazo? ¿Recibirá Mariel la colaboración de ella y sus compañeros o será una pura batalla de egos que abre el juego a una competencia laboral? Así avanza el guión hasta que da un giro de 180 grados cuando Mariel se entera, en el transcurso del tercer mes de gestación, que el desarrollo del embrión se ha interrumpido y debe quitárselo de su vientre. Ella entra en pánico y la historia pivotea entre cómo sufre la triste noticia y cómo esta “muerte en vida” antepone el hecho de perder estas grandes posibilidades. Sin duda, aparece una nueva incógnita: ¿Podrá Mariel concretar sus sueños? Pelosi juega semióticamente con el hecho de dar a luz en las obras versus dar a luz en la vida real, y plantea los tiempos de la espera de la ansiosa Mariel que quiere quitarse a toda costa este peso de encima, mientras la medicina le indica que debe esperar que su cuerpo despida “naturalmente” el embrión. Entretanto, los días transcurren y ella debe enfrentar las presiones laborales y sociales, tales como la firma del contrato y las reuniones de amigos donde la pareja decide callar la verdad.
La temática recuerda a La Joven Vida de Juno (Juno, 2007), de Jason Reitman y Plan B (The Back-Up Plan, 2010), dirigida por Alan Poul, donde ambas protagonistas también sufren la maternidad y las discusiones de pareja están a la orden del día. Aquí, Mariel permanentemente reclama que Santiago no es capaz de comprender el duro momento que está atravesando y reinan las clásicas frases: “Yo lo llevo, no vos”, “Siento culpa si salgo y me divierto”, en detrimento a la actitud de su marido que, pese a que también sufre, por momentos se muestra indiferente para que todo siga su curso. Perfectamente, entrelineas, se ve un intento del cineasta de captar la psiquis de su personaje para que el espectador logre meterse en la piel de Santiago y descifre qué le sucede a este hombre que detrás de esa imagen de protector de familia (también impuesta como mandato social) debe mostrarse fuerte mientras el futuro de la pareja pende de un hilo. Hay falta de comprensión e intereses confusos cuando ella le cuestiona que la plata destinada al bebé no debe tocarla para arreglar algo tan frío como los detalles del departamento porque “uno nunca sabe qué va a pasar”. Otra de las frases circundantes durante el film que se unen al dedillo con la artística dotada de escenas de ritmo lento.
A nivel actoral, quizás la encarnación del personaje de Mariel en Juana Viale cause rechazo en la primera instancia pero teniendo en cuenta la visión del director, dio en la tecla. Mariel no transmite nada, sólo se la ve impactada ante esta situación, y lo único que atina a hacer, literalmente, es sentarse en el inodoro a esperar despedir el feto. Diego Gentile, visto en El Muerto Cuenta su Historia (2016) y la premiada Relatos Salvajes (2014), es quien se luce nuevamente al interpretar un personaje que requiere de momentos tensos -con llantos incluidos- que Juana no logra transmitir. La dupla funciona. Sin duda, la revelación es la participación especial de Graciela Alfano, quien interpreta a la famosa artista que Mariel debe deslumbrar con su puesta de luces en la esperada muestra. Será ella quién elocuentemente acompañará a Mariel hasta el último momento. Completan el elenco Claudio Gallardou, Roxana Berco y Victoria Césperes, entre otros.
Párrafo aparte para la artística que, mediante la simpleza, resuelve correctamente el objetivo: mostrar cómo estos días de transición se hacen eternos, aún para el espectador. La película está compuesta por cuatro locaciones: el departamento de la pareja, el estudio de diseño, la casa donde será la exhibición de arte y el hospital. Y están los elementos de utilería idóneos como la notebook desde la cual Mariel busca en Internet alternativas para perder el embrión. Esto, más el ritmo lento en que transcurren las escenas acompañadas por música acorde, son decisiones más que acertadas y suman al drama, considerando que el foco es mostrar aquello que a simple vista no se ve, a partir de detalles de la cotidianidad.
Así, Mariel Espera (2017) -metafóricamente- espera y desespera. Aporta su granito de arena a los dramas circundantes pero no logra cautivar. Quizás en esta nueva entrega, hubiese sido interesante que el cineasta optimice la temática para abrir nuevos frentes, tales como el congelamiento de óvulos, que también mantiene en vilo a la sociedad, para reforzar su idea inicial de cuestionar el mandato social de la maternidad como el sueño de toda mujer. Si bien muestra los contratiempos de la “dulce espera”, no termina de cerrar cómo la sociedad puede cambiar su visión ni propone ideas para que estas madres no lo vean como pérdidas y resultados fallidos sino como una nueva posibilidad de ser felices a través de otros métodos.