Un hecho real, un despertar sexual y un ambiente familiar hosco, vuelven a Marilyn un personaje digno de contar en un film que marca el prometedor debut en el largometraje de Martín Rodríguez Redondo.
Marcos es un joven de 17 años que vive en el seno de una familia de trabajadores del campo. Estudia y recibe el incondicional apoyo de su padre, quien entiende el potencial de su hijo y lo respeta en el distanciamiento que tiene por la tarea rural, lo que que resiente a su madre y hermano que trabajan junto al padre de sol a sol.
El progenitor fallece luego de un disgusto, dejando a la familia sola en una situación precaria y donde su vivienda corre peligro al no poder generar el dinero para pagar el alquiler. Al mismo tiempo Marcos se va transformando (aunque no lentamente) en Marilyn, una joven trans. En su despertar sexual, él no sólo se siente atraído por jóvenes de su mismo sexo sino que también disfruta de vestirse con ropas de mujer. El entorno social y su familia no lo comprenden, lo discriminan y agreden constantemente, lo que va llevando a Marcos al límite de la desesperación.
Marilyn es un film con muchos aciertos, principalmente la empatía que el director logra generar en el espectador que entra sin tapujos ni traumas en sintonía con el personaje de Marcos, con una pintura alejada de los traumas clásicos de estos relatos y mucho más cercana a la convicción que él siente por su deseo sexual y su elección de vida. Marcos es encarnado con naturalidad y soltura por el también debutante Walter Rodríguez, que pasa del introspectivo joven a la desfachatada Marilyn con la misma gracia con la que el director cambia el tono del relato de escena a escena.
El elenco acompaña también de forma impecable, particularmente la madre compuesta por la actriz chilena Catalina Saavedra (a quien conocimos en Argentina en la excepcional película La nana de Sebastián Silva, 2009) quien compone al duro personaje que le toca lidiar con la muerte de su esposo, el riesgo de perder lo poco que logró en su vida y lo inabarcable que le resulta el conflicto sexual de su hijo.
Cuando un director sabe lo que tiene que contar se nota en todos los aspectos de la realización y esto queda claro en la ópera prima de Martín Rodríguez Redondo. La misma naturalidad con la que Marcos y Marilyn conviven en el film se refleja en el montaje y particularmente en la fotografía de Guillermo Saposnik que va desde el árido mundo de Marcos al potencialmente colorido mundo de su alter ego femenino.