La ópera prima de Martín Rodríguez Redondo, "Marilyn", es una obra que opera a pura sensibilidad y potencia, arropando por completo al espectador. ¿Cómo se vive siendo diferente en una comunidad que no nos acepta y nos lo hace saber del peor modo?
En los últimos años se avanzó a pasos enormes respecto a derechos de género. Aun así, es importante que sigan existiendo historias que nos hagan ver que no todo es fácil, que nunca se debe dar por sentado. Saber mirar desde dónde vinimos para encarar el futuro; y aprender que, tristemente, no todo el conjunto de la sociedad siempre avanza de la mano.
"Marilyn" se basa, con ciertas libertades, en una historia real ocurrida hace unos cuántos años en el interior del país.
Un pueblo pequeño con una mecánica que, quizás desde la urbe cueste comprender. Marcos (Walter Rodríguez), vive con su hermano y sus padres en una casa que el mismo dueño del campo “les alquila” a cambio del trabajo como peón. La rutina de la familia es básicamente trabajar desde que amanece hasta que se pone el sol. No hay mucha escapatoria.
Sin embargo, Carlos (Germán De Silva, siempre sobresaliente) quiere otra cosa para su hijo menor, y por eso se preocupa en que Marcos, de diecisiete años, termine sus estudios. La madre, Olga (Catalina Saavedra), no está tan convencida de ese torcer el destino, probablemente cargando su propia frustración, y apoyándose más en su hijo mayor trabajador.
Pero Marcos tiene algo más, su cada vez más latente deseo de reconocerse con el género femenino. Junto a su única amiga, se anima a probarse – a escondidas por supuesto – la bijouterie y la ropa que su madre se compra a pagar a la puestera que visita su casa. Sólo le queda el refugio que la da su padre apañando en silencio, ante la severidad inquebrantable de la mujer.
Nada es fácil, así como Marcos es hostigado por su ambiente, su familia sufre el peso de la explotación del capataz, que sólo acarreará más tragedias en la vida de Marcos. Rodríguez Redondo se encarga de traspasar al espectador todo el peso de esta vida cargada de dolor y represión. Minuto a minuto, Marilyn se hace más difícil, como la vida a Marcos.
Sin apresurarse, pero sin soltar las riendas del relato, el realizador pinta un cuadro de situación, a modo de viñetas de una vida cada vez más cercada y con la necesidad urgente de un botón de salida. Marilyn es un drama profundo que también se observa como un thriller para saber cuál será el destino de los personajes. Mientras más presente se manifiesta su identidad de género, mientras más quiere Marcos avanzar, más fuerte es la represión de Olga y el entorno de este pueblo en el que todos se conocen, intuyen lo que sucede “a escondidas”, y solamente se limitan a hostigar.
Cualquiera de las salidas posibles que se nos ocurre para los que vivimos en el contexto de una gran ciudad y otro nivel socio cultural, es imposible para el protagonista. Marcos va forjando, a puro golpe de vida , una personalidad tímida, apagada, auto reprimida, propia de alguien que quiere, pero al que le han arrebatado muy pronto todos sus sueños.
En Rodríguez Redondo se intuye aquel Favio de Crónica de un niño solo, o la sensibilidad con la que Lautaro Murúa presentó a la emblemática Raulito. Una mixtura exacta entre el nuevo cine independiente joven, y la mejor raigambre de la generación del ’60 y primera mitad de los ‘70. Marilyn es cine social con todas las letras.
El tratamiento de la temática LGBTIQ no será el de los films de Marco Berger, menos el de Enrique Dawi en la ya hoy vetusta "Adiós, Roberto". Recorre un camino propio, con referencias bien claras en las que el contexto social prima por sobre todo. Nombres como el de Ricardo Wullicher (Quebracho), y el Grupo Cine Liberación, también pasarán por nuestras cabezas.
No sólo nos hablan de una mujer a la que no dejan ser tal, nos hablan también de la realidad que no vemos sobre una vida en el interior que ni imaginamos. Despojada de toda idealización, y a la vez, eludiendo cualquier golpe bajo. El registro del realizador se siente casi documental, pero con gran pulso narrativo, libre de todo adorno que distraiga del objetivo principal.
También hablamos del debut para Walter Rodríguez, y no siempre se tiene la posibilidad de realizar un primer trabajo con el peso que implica "Marily"n. Su interpretación es de una corrección magistral tal que se nos hace imposible imaginarnos a Marcos con otro rostro, y otros gestos, que no sean los suyos. Todo el sufrimiento del personaje pasa por el cuerpo de Walter, y sirve como un perfecto canal transmisor hacia el espectador que entrará en clima de situación inmediatamente.
Rodríguez, que en la vida real es mucho más expresivo y explosivo de lo que marcos es en un inicio, logra hacernos creer que es ese ser golpeado, opaco, reprimido, de gestos mínimos, con una personalidad que aún no termina de definirse porque no lo dejan ser.
A Rodríguez Redondo no le interesa la falsa objetividad, su postura es la de llevarnos de la mano junto a Marcos para que comprendamos todo su arco de situación y querramos intervenir para librarlo. Desde los pocos minutos iniciada la narración se nos instalará un interrogante ¿Cómo hará Marcos para poder ser Marilyn finalmente? ¿lo logrará? La chilena Catalina Saavedra carga también con una composición difícil. Olga se hace odiar, pero también es imposible correrla de su contexto.
Es una mujer dura, que lleva el control del hogar, y que debe cargar con todo el peso de lo que le va ocurriendo a esa familia. Acostumbrada a callar, así como Marcos es sumiso ante ella (y sólo busca su comprensión como figura de autoridad); ella es sumisa ante la explotación, también quisiera gritar, y su modo de hacerlo, es gritarle al que considera debe corregir, por puro mandato familiar y de tradición. Saavedra logra otra gran interpretación, y entre ambos actores se transforman en la herramienta principal para que el realizador exponga su postura de hechos.
La química/anti química natural de madre e hijo, matriarca y “diferente”, queda representada con muchísima naturalidad y verosimilitud. "Marilyn" es una obra arriesgada, tanto narrativa como visualmente, asume la necesidad de transformarse a sí misma en una declaración de derechos, sin jamás decaer en lo declamatorio o reiterativo.
A través del montaje, y de una pulsión lenta pero constante, como un grito desaforado y desenfrenado, pero implosivo; nuestro intereses nunca decae, por el contrario, cada vez ahoga, sofoca, congoja, y apasiona más. Al punto de dejarnos abatidos, noqueados, inmóviles ante tanto cine delante nuestro. No será fácil reponerse a lo que veremos.
Martín Rodriguez Redondo concibió una joya tan delicada, adulta, y comprometida, que cuesta creer se trate apenas de un realizador dando sus primeros pasos. "Marilyn" es la carta de presentación perfecta para alguien de quien ansiosos ahora aguardamos su próximo grito de liberación.