Marilyn: Déjenme ser feliz.
Marilyn (2018), la ópera prima de Martín Rodríguez Redondo, aborda un caso real donde lo que más importa es la identidad de cada ser humano.
Son tiempos modernos. Son épocas en las que el cine sobre adolescentes en búsqueda de su identidad y sexualidad es necesario. De igual modo, en su momento fue necesario también hablar sobre la última dictadura militar y los desaparecidos, y de la misma forma, en otras épocas, abundaban las historias costumbristas y el cine sobre familias disfuncionales. Hoy el foco del cine está puesto en la rebeldía adolescente, el primer amor y la necesidad de ser quienes queremos ser barriendo con los mandatos sociales.
Marilyn (2018), la ópera prima de Martín Rodríguez Redondo, está basada en una historia real. Marilyn es la historia de Marcelo Bernasconi, un chico condenado a cadena perpetua por matar a su madre y hermano. La película de Rodríguez Redondo no justifica este hecho, sino que propone un recorrido, poniendo sobre la mesa verdades que mucha gente ignora: la opresión, el rechazo familiar, el bullying y la “pacateria” de un pueblo de campo frente a las relaciones amorosas entre personas del mismo sexo.
Marcos -encarnado por un más que acertado Walter Rodríguez– es el protagonista de esta historia de encierros, maltratos, vergüenza y desamor. Luego de que su padre- interpretado por el siempre brillante Germán de Silva– el único integrante de la familia con quien tenía algún tipo de conexión, muriera repentinamente, Marcos queda completamente solo tratando de construirse como persona. El único momento en que lo vemos feliz es en el ansiado Carnaval del pueblo, donde –con una máscara- oculta su rostro pero no la identidad deseada. Se viste de mujer y baila; pasa desapercibido como hombre, mimetizándose perfectamente entre la gente, sintiéndose cómodo y alegre.
Pero lo bueno dura poco. Él tiene que volver a su casa como varón para enfrentar día a día a su familia. Su madre, una mujer recia y parca, que lo castiga casi sin razón y un hermano indiferente a todo lo que pasa alrededor. Aquí el film de Rodríguez Redondo recalca cuán importantes son los vínculos y el afecto de la familia en momentos de crecimiento y vivencias adolescentes.
Más allá de estas pálidas, la película es colorida con un personaje decidido y desprejuiciado, convencido en llevar adelante su deseo y concepción de sí mismo. Marilyn no es una película más sobre la temática de salida del closet; sino que representa el drama de un protagonista sorprendente en sus actos. Para ello, la cámara cercana de Rodríguez Redondo captura cada gesto, cada acción y movimiento, como si fuera casi una extensión del cuerpo de Marcos.
En la película, además, es evidente la cuestión de clase. La familia de Marcos es humilde y está sometida a las reglas del patrón que los presiona cada vez más. Marcos lleva una mochila doble en sus espaldas: ser gay y ser pobre. El sometimiento tanto físico como emocional atraviesa a todo el film y, así, las actuaciones de todos –no sólo de Walter Rodríguez- le dan veracidad y realismo a las situaciones.
Trágica pero muy disfrutable, Marilyn tiene un guión sin fisuras, con un recorte del caso real muy particular, tomando sólo algunos elementos clave para ir construyendo los personajes y ficcionalizarlos de forma atractiva. Una película necesaria que no tiene desperdicio.