Es una película que comienza como una comedia divertida pero a medida que avanza se transforma dando a conocer profundamente a sus personajes, un trío muy particular, pero también los avances y retrocesos de la relación de un padre y un hijo, que parece condenada al fracaso, como se lee la vida del personaje central. Ese Mario es un músico que tuvo su momento de gloria con un grupo adolescente que ahora se conforma con hacer actuaciones en fiestas particulares o lugares de mala muerte donde interpreta el repertorio de Sandro. Así de despersonalizado se lo ve, cumpliendo indolente sus rutinas, con la esperanza de retomar la relación con su hijo, aunque su ex mujer haga todo lo posible para que nunca pueda lograrlo. En un largo fin de semana, el cantante, que sueña con poder cantar su propio repertorio, su manager y el hijo adolescente se embarcan en un viaje que parece destinado al fracaso, pero que le ayudara a descubrir la verdad de los afectos, el significado de algunos juicios, la valoración de los vínculos. Un argumento sólido, bien ambientado, con buenas pinturas de ambientes reconocibles y especial lucimiento de los actores. Mike Amigorena tiene todos los matices de la seducción y la melancolía de los fracasados, Iair Almarza acierta con su manager que vende discos truchos y es un hallazgo Román Almaraz como el hijo que tiene tanto por conocer.