En su nuevo film, Mario on Tour, el director Pablo Stigliani reflexiona sobre las relaciones humanas haciendo foco en el vínculo padre e hijo, con un perfecto equilibrio entre comedia y drama.
Mario (Mike Amigorena) es uno de los tantos artistas que se quedaron en el camino. En su juventud dedicó su tiempo a la música para poder triunfar, pero no alcanzó a cumplir sus ilusiones. Lejos quedaron sus años de gloria y ahora le toca aceptar su destino: un hombre que sobrevive haciendo degustaciones de alimentos y que sólo utiliza su voz para hacer covers de Sandro en eventos privados.
Su inestabilidad en el plano laboral también resuena en lo sentimental: la reciente muerte de su madre lo lleva a replantearse su rol de padre frente a su hijo preadolescente, Lucas (Román Almaráz) -fruto de una relación con su ex mujer (Leonora Balcarce)-, ya que, debido a su constante ausencia, el vínculo entre ellos no existe. En su intento por recomponerlo, Mario logra que Lucas acceda a pasar el fin de semana con él.
Al mismo tiempo su mejor amigo y manager “El Oso” (Iair Said) le propone hacer una mini gira ese fin de semana por la costa argentina para remontar su carrera musical. Frente a esta nueva situación, los dos amigos y el joven emprenden un tour hacia la costa. Un viaje lleno de reclamos, tensiones, encuentros y desencuentros que les va a permitir fortalecer las relaciones e incluso cambiar su forma de percibir la vida.
Si bien el argumento es previsible, lo valioso del film es cómo logra captar la reparación del vínculo entre un padre ausente y su hijo. Como así también refleja las frustraciones y el dolor que atraviesa el ser humano, sin importar la edad de los personajes. Sin nunca dejar de lado la comedia, a medida que el film avanza va tomando peso la melancolía y se convierte en una emotiva reflexión sobre los afectos y cómo influyen en la vida de cada uno.
Mike Amigorena crea un protagonista carismático que no sólo hipnotiza por sus capacidades musicales sino por cómo con una mirada muestra toda su carga emocional. Iair Said y Román Almaráz sorprenden por la naturalidad de sus actuaciones y sus personajes son la cuota de humor necesaria en la mayoría de las escenas.