Las vueltas de la vida y de las giras.
El opus dos del director de Bolishopping es una película correcta a la que le falta algo más de pimienta. Asordinada, reacia a todo exceso dramático, tiene actuaciones sobrias y contenidas, con un Amigorena justísimo y un gran debut del adolescente Román Almaraz.
Opus 2 de Pablo Stigliani, de quien un par de años atrás se había visto Bolishopping, Mario on tour es la clase de película que, por partir de una premisa sumamente transitada, necesita hallar su fortaleza en los detalles, en las particularidades, en aquello que la diferencie de otras películas con premisas semejantes. La manía de un personaje, la mirada de un actor, un encadenamiento inusual de las acciones. En este caso, la premisa es: “padre que no vio a su hijo por largo tiempo vuelve en su busca e intenta sobrellevar el rechazo del chico”. Habrá que ver de qué forma se manifiesta ese rechazo, cómo “le entra” Mario a Lucas y cómo se las arregla también Mike Amigorena, gran comediante televisivo, poco o nada aprovechado en cine, en un papel enteramente “serio”.
Mario (Amigorena) es uno de esos tipos que viven ahí, con lo justo. Canta. Tiene algunos temas propios y un CD de edición propia, en el que interpreta temas de Sandro. Un amigo al que le dicen El Oso (Iair Said, un grandote de barba, frecuente secundario en las películas de Ariel Winograd) le hace de manager, y le consigue presentaciones. El Oso es como él, en versión menos glamorosa (Mario no será un ganador, pero no se puede negar que pinta tiene). El Oso tiene un puesto de CD, DVD y juegos piratas en el Parque Rivadavia, pero mucho no vende. “Películas porno, chicas”, invita a unas chicas que pasan, y las chicas obviamente siguen de largo. Mario lo mira. Mario pasa por casa de su ex (Leonora Balcarce), que por lo visto vive muy bien junto a su nueva pareja, un arquitecto que encima es, según dicen, un tipo genial (Rafael Spregelburd), a preguntarle si puede ver a Lucas. Hay un problema: Lucas (el debutante Román Almaraz) no quiere verlo. Al final la madre lo convence y Mario y El Oso se lo llevan de gira por Santa Teresita y pueblos aledaños. Lucas no habla, escucha reggaetón en su celu y lo que canta Mario le parece una mierda. ¿Habrá fumata blanca?
Mario on tour es una película chiquita, asordinada, reacia a todo exceso dramático. Las actuaciones son sobrias, contenidas, de medio tono. El más sacado es El Oso, que hace ese personaje más tiro al aire, como el Kramer de Seinfeld (pero infinitamente menos loco), que toda comedia necesita. Se enoja con Lucas y le ordena que lo llame Damián, porque no son amigos. El chico Román Almaraz está notable, pasando de la sequedad total a ciertas miradas cómplices a su padre, cuando éste cancherea en escena, que son las de todo adolescente en tren de admiración. Amigorena está justísimo, aunque no le sobre carisma haciendo de Sandro (pero, bueno, se supone que esa es la idea). A la dirección musical tampoco le sobran temas: sólo dos, “Trigal” y “Dame fuego”, que se repiten varias veces. De decurso previsible, Mario on tour es una película correcta a la que le falta algo más de pimienta. Básicamente en su protagonista, del que se sabe demasiado poco. ¿Cómo llegó hasta ahí? ¿Por qué dejó de ver a su hijo? ¿Cómo fue que decidió verlo ahora? No se trata de psicologismo ni de largos discursos, sino de una verdad interior que a lo largo de 103 excesivos minutos debería aflorar, para que acompañarlo en el viaje nos despierte un poco más de interés.