Recorrido previsible y sin fisuras
Hay veces en las que el mero hecho de citar un nombre provoca ganas de cine. Es decir, un film sobre Bob Marley no puede resultar indiferente a quienes gusten del músico. De manera tal que la expectativa viene sola, está dada de antemano. Y si lo que se promete es documentar su vida, aparecen también la posibilidad de exhumar material de archivo, de ver testimonios de primera mano, de asistir a un retrato siglo XXI acerca de alguien que ayudara a definir, justamente, el siglo precedente.
Todo esto está en Marley, título rápidamente elegido para la película del escocés Kevin Macdonald (El último rey de Escocia), pero lo que no está o quedó por el camino son las ganas de cine. Por eso, y en síntesis, Marley es de una previsibilidad mayúscula. Algo que se intuye desde su mismo inicio porque, en tanto comienzo, elige el principio de la historia a narrar. De allí en más, un devenir cronológico inevitable, que pareciera dar razón a la manera con la que André Bazin supiera definir a la muerte: la victoria del tiempo.
Si la muerte es la victoria del tiempo, el cine es su transgresión. En la también reciente George Harrison: Living in the Material World, que Martin Scorsese realizara para la televisión, se asiste a un rompecabezas temporal que desarma, rearma, hace confluir, mientras permite al espectador completar con sus saberes o también intuir. Nada de esto en Marley sino, antes bien, una explicación de manual para seguir carrera y vida del gran músico jamaiquino. (Sin olvidar que el propio Scorsese, a partir de diferencias de contrato, se bajó de este proyecto)
Para ello, un desfile de bustos parlantes comparece con sus datos y experiencias de manera ordenada ante la cámara. Y cuando aparecen cuestiones más urticantes -caso Peter Tosh, las desavenencias y diferencias de criterio comercial, también espiritual- sólo se las menciona como datos al pie, sin necesidad de profundizar. Como pastillas de color que no quitan progresión musical a unos Wailers que rápidamente encuentran reformulaciones desde el sostén intocable de Marley.
Y la música, que llena la pantalla y hace de este viaje algo con ganas de ser revivido. Hay grabaciones primerizas, otras matutinas (momento en el que a Marley le gustaba componer), siempre al compás de la marihuana primera, capaz de relajar lo suficiente como para hacer música. Claro que a la película bien le habría venido un poco más de este humo particular.