Empecemos por el principio: Kevin Macdonald, el realizador de este film, quizás le suene al espectador porque su primer largo de ficción, “El último Rey de Escocia”, tuvo su peso en las carteleras argentinas y se llevó algún Oscar. Después realizó una película sobre periodismo y política (“Los secretos del poder”, muchísimo mejor, con Russell Crowe y Helen Mirren) y ahora vuelve al documental, género en el que ya había hecho una más que importante carrera. El recuento es importante porque Marley toma el material documental sobre la vida del símbolo del reggae, los testimonios y la música y combina todo no en busca de que el espectador reconstruya a los personajes o tenga su propia opinión, sino tratando de emocionarlo, de guiar sus sentimientos de acuerdo con las reglas de la ficción.
Y aunque en muchos casos, cuando esto se intenta, suele haber algo de impostura, aquí funciona. Especialmente porque el personaje es atractivo y porque permite ir más allá del lugar común “porro+reggae” que el esclavo de la moda suele adosar a Marley para intentar comprenderlo como emergente y metonimia de una cultura mucho más compleja. En ese sentido, y más allá de los momentos realmente divertidos de la película o del gusto (o disgusto) que nos cause ese cadencioso ritmo, se trata también de un film político que permite comprender una sociedad a través de uno de sus artistas.