Paz y espiritualidad
La corta pero intensa vida del artista Bob Marley queda perfectamente resumida en este interesante documental, el único testimonio cinematográfico autorizado por su familia, que cuenta entre sus productores con uno de sus 11 hijos Ziggy Marley y la dirección de Kevin Macdonald, responsable de El último Rey de Escocia y de otro documental llamado Touching the Void.
Si bien la estructura narrativa no escapa al convencionalismo y al orden cronológico con un enfoque desafectado que reúne por un lado testimonios de familiares, hijos, compañeros, amigos y allegados al cantante y compositor (entre quienes se destacan el propio Bob Marley, Rita Marley, Bunny Wailer, Ziggy Marley, Lee Perry), también exhibe muchas facetas positivas de Bob Marley para erigirlo al nivel de mito pero sin descuidar su parte terrenal, humana y su particular mirada sobre el mundo y la vida desde los postulados de la filosofía rastafari.
Las imágenes de archivo conseguidas, muchas de ellas aportadas directamente por sus familiares, son tan valiosas como algunos entrevistados que se entrelazan en un relato que maneja el salto temporal de pasado a presente de manera fluida y sin cortes abruptos.
Los nombres más conocidos que aparecen en pantalla como cabezas parlantes son por ejemplo el de Peter Tosh, guitarrista en un periodo corto del grupo con el que comenzara Marley, The Wailers, quien por diferencias artísticas y personales dejó de participar de las giras que progresivamente llevaron la música reggae fronteras hacia afuera y que a través de su legado musical se expandiera como propuesta pacifista frente a las miserias humanas y a los políticos.
El compromiso de este cantante que encontró en la música desde su temprana infancia el vehículo catalizador para transmitir su mensaje y sus emociones marca a fuego toda su preocupación vital; toda su lucha silenciosa contra los prejuicios, los odios de clase y sobre todo el racismo al haber nacido como mestizo por ser hijo de padre blanco y madre negra.
Dos puntos de inflexión marcan el derrotero de su vida y también de este documental que abraza desde sus imágenes el espíritu y la filosofía rasta, recorre cada gira con fragmentos de shows plasmando el crecimiento artístico y la expansión continental: el activismo político sin banderas y con la única consigna que se resume en una poderosa frase One love por un lado coronada en un recital histórico en Jamaica donde logró que los adversarios políticos se tomaran de las manos en plena convulsión y momentos de violencia de la que fue víctima al ser herido de un balazo en un atentado y por otro la lucha silenciosa contra un melanoma que devino en cáncer terminal y que lo apagó para siempre a los 36 años, con el final de sus días en Alemania y sin su maravillosa cabellera rasta, mutilada cruelmente por la quimioterapia.
Por momentos resulta conmovedor reconocer en un hombre pequeño y tímido a un gigante con un corazón completamente abierto hacia el prójimo y un ego del tamaño de una uña que comprendió rápidamente que la única forma de trascender es dejar de ser lo que los otros quieren que seas y vivir el presente como si fuese el último día, porque el descanso aletarga al espíritu y alimenta la inercia que se manifiesta de diferentes maneras y de formas a veces impredecibles.
Seguramente este rastaman, sabio y humilde, tuviese sus dobleces como cualquier mortal y sus errores que el documental no descubre ni sale a buscar es cierto pero más allá de ese defecto que puede deberse a un criterio selectivo o de devoción a su figura y su música resulta innegable su transparencia como persona sencilla y su entrega absoluta a la música, al público y a su gente.