Aventuras repetidas con perros parlantes
Poca originalidad y destreza canina en Marmaduke
La Argentina no figura entre la veintena de países a los que se exportó con éxito la tira cómica protagonizada por el perro Marmaduke. Las aventuras de este gran danés eternamente incapaz de obedecer las órdenes de su dueño conservan su vigencia después de medio siglo y se siguen publicando en Estados Unidos -su lugar de origen- y otros 20 países.
Esa falta de familiaridad se compensa con la condición que caracteriza a Marmaduke en su salto a la pantalla grande. Como otros recientes animales de película, el mastodóntico y siempre despistado can habla y se hace entender con sus pares de distintas razas.
Hay un breve y alentador prólogo que insinúa con seres humanos algunas de las potenciales situaciones de comedia que se abren alrededor de un personaje de las dimensiones de Marmaduke cuando entra en colisión con su entorno. Pero lo que llega después es un desfile de lugares comunes, oposiciones elementales y propósitos aleccionadores.
Marmaduke vive en el hogar de los Winslow, una familia prototípica con tres hijos que encuentra la posibilidad del crecimiento profesional cuando el padre -experto en marketing de alimento para mascotas- recibe una invitación para dejar la provinciana Kansas y mudarse a Los Angeles.
El nuevo hogar resulta en los papeles tan acogedor como el amplio espacio laboral. El señor Winslow puede compartir las horas de trabajo en un amplio jardín con su mascota, que no tardará en interactuar -y, de paso, meterse en problemas- con toda clase de canes. Mientras su dueño descuida a la familia por atender en exceso el trabajo, el perrazo elige a los amigos equivocados y queda prendado por Jezebel, la bella émula de Lassie que es pareja del macho alfa de la jauría, dejando de lado a una confiable ejemplar de menor pedigrí. Como se precia en estos casos -trajinados hasta el hartazgo-, el deslumbramiento lleva primero a la frustración, después al dolor de la pérdida y por último a la redención. Todo para mostrar cómo los adiestrados canes pueden representar y verbalizar comportamientos humanos, lo cual torna las cosas más absurdas.
La módica anécdota se resuelve con una sensación constante de historia ya vista. Y si por momentos el genuino entretenimiento asoma la cabeza -aunque la versión doblada impide disfrutar de las voces y algunos chistes de grandes comediantes como Owen Wilson, George Lopez y Steve Coogan- es porque los únicos verdaderos triunfadores de este film son los 30 entrenadores de canes que figuran en los créditos finales. Gracias a ellos, las mascotas consiguen algunos momentos de lucimiento y, de paso, dejan al descubierto el desgano con el que los actores de carne y hueso asumieron este compromiso.